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UNA INDUSTRIA FLORECIENTEPor
Hernán Maldonado
Mientras avanzaba lentamente la cola en inmigración, se escuchaban protestas de pasajeros que ya habían superado esa instancia y que se negaban a ser revisados por policías de aduana.
Era avanzada la noche del 10 de marzo y el vuelo sería del Lloyd Aéreo Boliviano rumbo a Miami. Obviamente la revisión aduanera tan habitual como afrentosa tenía que ver con la posibilidad de encontrar a pasajeros contrabandistas de drogas.
Los bolivianos, como ciudadanos de un país productor de la hoja de coca somos ipso facto, hasta en nuestro propio país, sospechosos de ser narcos. La afrenta no sólo se reduce al manoseo policial sino que a veces alcanza a una revisión vaginal.
Y la alternativa es revisión o no hay viaje. ¿Y qué hace una pasajera ante esta terrible disyuntiva? Supe del caso de una dama conocida mía que prefirió no viajar a someterse a esa humillación. Lo canallesco es que no sólo perdió el viaje, sino que en los días sucesivos ninguna autoridad atendió su queja. Peor aún, un alto jefe policial le dijo: "Debía nomás hacerse revisar, porque el que nada tiene nada teme..."
Pero la adrenalina que se respiraba esa noche era más densa en la cola de inmigración. El funcionario se demoró más de la cuenta en chequear la "visa" estampada en un pasaporte boliviano y luego de echarle una segunda ojeada dijo que hablaría con su supervisor.
Espéreme un momento, dijo el empleado y se levantó pesadamente de su taburete en busca de su jefe inmediato. El dueño del pasaporte, sin ningún equipaje de mano, miró de izquierda a derecha, se hizo el que buscaba a alguien en la cola y se marchó.
Cuando llegó el funcionario no había nadie y se armó un pequeño alboroto con un policía militar y un carabinero tratando de entender las señas que les daba el empleado sobre el hombre misterioso.
En el interín, la cola de unas 30 personas, mas o menos, se había reducido en un tercio. Otros 10 pasajeros se esfumaron de la fila, algunos tan osados que se hacían pasar también como interesados en hallar al que había desaparecido.
Todo este incidente parecería de lo más estúpido si no fuera que detrás está una próspera industria: la de falsificación de visas de varios países en pasaportes bolivianos de la que sus principales beneficiarios, en los últimos tiempos, son los "amnésicos" cubanos.
El procedimiento es el siguiente: el cubano llega a Santa Cruz, paga 2,000 dólares al "contacto" y en 48 horas obtiene el pasaporte boliviano y la visa de cualquier país. El pasaporte es auténtico. La visa es la falsificada.
El cubano tiene pasaje de "tránsito" o sea que su destino final no es Miami, Estados Unidos, sino un tercer país, el de la visa falsificada. Una vez en suelo norteamericano, el cubano hace desaparecer el pasaporte valiéndose de lo que fuera y cuando le preguntan como llegó a Estados Unidos, lo único que dice es que no se acuerda y que no sabe nada.
Entonces el amnésico, que por el sólo hecho de estar en suelo estadounidense goza de la Ley del Ajuste Cubano, es trasladado a la cárcel de Krome desde donde días después sale reclamado por sus familiares y en apenas 365 días, más después, obtiene la residencia permanente.
Pero bueno, esa es otra historia. Lo que interesa y debe averiguarse es quiénes están detrás de esta "próspera industria" en Bolivia. Parece que el negocio de la venta indiscriminada de pasaportes, muy de moda durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, ha ampliado sus horizontes al incluir ahora hasta visas.
¿A alguien se le ocurrirá averiguar? Yo por lo menos no vi nada en los periódicos del día siguiente y los subsiguientes sobre el incidente de aquella noche en Viru Viru.
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