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Jueves 25 de mayo del 2017


VENEZUELA: EL TERRORISTA DEL VIOLIN

Por Hernán Maldonado

Los venezolanos que luchan por casi 2 meses contra la dictadura de Nicolás Maduro han escrito gloriosas páginas de bravura en las calles exigiendo libertad sin más armas que piedras, pintura y bombas molotov contra blindados y legiones de bien pertrechados policías y guardias nacionales.

Hasta este fin de semana los muertos, la mayoría estudiantes, ya pasan del medio centenar y mientras más represión, mayor es la resistencia. Podría decirse que ya es una rebelión cívica. El 2014 las manifestaciones callejeras contra el régimen chavista se produjeron en Caracas y San Cristóbal, fronterizo con Colombia. Ahora son en todo el país.

El martes y miércoles pasados alcanzaron tal virulencia en Barinas, estado natal de Hugo Chávez, que 8 jóvenes murieron. Los enardecidos manifestantes quemaron edificios públicos y hasta un inmueble donde pasó su niñez el caudillo bolivariano.

El oficialismo aprovecha el monopolio que tiene en prensa, radio y televisión para acusar a los opositores de “terroristas”, pese a que la Fiscal General del Estado, Luisa Ortega Diaz (nombrada por el chavismo y otrora devota del comandante occiso) sostiene que la violencia proviene de los uniformados.

Uno de esos “terroristas” es Wuilly Moíses Arteaga, un muchacho pese a la abundancia de su incipiente barba, que acompaña en Caracas a los manifestantes tocando su violín. Los rudos policías se lo quitaron. Arteaga de rodillas, y blandiendo su arco, imploró para que se lo devolvieran. Los militares lo hicieron, pero roto.

La cadena Univisión captó a Arteaga cuando llorando amargamente se pregunta: “¿Hasta cuándo vamos a estar con esto, ah?” El instante dura apenas segundos, pero quedó en la mente de millones de personas. Conmovió hondamente. Parece imposible sea realidad tanta maldad.

En los primeros días de las marchas, Maria José una anciana se paró en una autopista para detener a un blindado policial. La imagen recordó al hombre que en 1989 detuvo en Pekín una columna de tanques. Unos días después, unos jóvenes quisieron hacer lo mismo en la Plaza Altamira, y la tanqueta pasó criminalmente por encima de ellos.

Hans Wuerich, otro “terrorista” pidió que los guardias nacionales cesaran de lanzar nubes de gases lacrimógenos en la Autopista Francisco Fajardo de Caracas y para demostrar que no estaba armado se desnudó y enarbolando una Biblia trepó sobre un blindado. Lo cosieron a perdigonazos. De paso, Maduro se burló de él en cadena nacional.

También cumplen tareas heroicas los estudiantes de medicina de varias universidades. Munidos de cascos blancos con una cruz verde, asisten a los heridos y asfixiados, pero ni ellos se escapan de la brutalidad estatal. En Maracaibo, Paul René Moreno, de 24 años, fue asesinado, arrollado por el conductor de una camioneta sin placas. (El sacerdote José Palmar denunció que la camioneta está oculta en el garaje de un alcalde chavista). La Universidad del Zulia le otorgó post mortem el título de médico cirujano.

El ex ministro de la Defensa del primer gabinete de Chávez, Gral. Raúl Salazar, afirma que Maduro y sus compinches “han robado y asesinado tanto, que por eso es que no quieren salir del poder”. El diario incremento de la represión parece darle la razón.

Los opositores aseguran que no dejarán las calles hasta que se vayan los tiranos. El Dr. Benjamín Fekete, un odontólogo, conmovido por la tragedia personal de Arteaga, le obsequió inmediatamente un violín. El “terrorista” vuelve a las calles con su “arma letal”, que solo dispara las notas del himno nacional.