El doctor Luis Herrera Campins acuñó una frase impactante durante su campaña electoral. "Antes éramos pobres, ahora somos mendigos", dijo.
Esa era la Venezuela que heredó de Carlos Andrés Pérez. Todos pedían, nadie daba nada. El ex mandatarlo había sembrado en la mente de sus compatriotas la idea de que todos tenían derecho a una parte del botín, de esa catarata de dólares que significó la cuadruplicación de los precios del petróleo.
Lo que ocurría en 1979 era que el arca estaba exhausta. El despilfarro había sido descomunal y no aparecía por ninguna parte el hombre que despertara a la realidad.
Herrera Campins, un hombre bien intencionado, pero con pésimos hábitos de trabajo, entre siesta y comilona o comilona y siesta, no halló tlempo suficiente para enderezar los entuertos que le dejó su antecesor.
Por primera vez la democracla cristiana venezolana en función de gobierno resultó manchada con escándalos de corrupción a la luz del día, siendo el más sonado el protagonizado por el ex ministro de Energía y Minas, Vinicio Carrera.
La lerda administración fue incapaz de ponerle freno al desbarajuste y Acción Democrática, con todo su arsenal enfocado a la recuperación del gobierno, ayudó desde el Parlamento, donde tenía el control mayoritario, al deterioro del quinquenio de Herrera Campins.
Fue entonces que se pensó que los males del país necesitaban de la mano de un médico para extirparlos de raíz.
Venezuela, que en el plano económico marchaba barranco abajo, puso sus ojos en el pediatra Jaime Lusinchi y Acción Democrática, para regocijo de Pérez, volvió al Palacio de Miraflores.
Lusinchi, un sexagenario que hace más de 30 años había cambiado el estetoscopio por un curul parlamentario, de entrada enloqueció por el amor de su secretaria Blanca Ibañez.
El escándalo del presidente infiel a su esposa Gladys, con quien llevaba 35 años de casado, se ventiló públicamente y llegó hasta los tribunales ordinarios.
Mientras tanto, con el abandono de un adolescente a su primer amor, Lusinchi dejó que la nave del estado navegara como mejor pudiera. Nada parecía ser más importante para él que el corazón de la mujer amada.
La prensa venezolana desnudaba casi a diario denuncias de corrupción que caían en oídos sordos. Algunas de las denuncias tocaban de cerca el despacho de Lusinchi porque su secretaria hacía y deshacía cuanto se le antojaba.
Quizás para no dejar dudas quién mandaba, Blanca Ibañez presidia ceremonias oficiales, asistía a graduaciones militares o inauguraba obras públicas. Cuidó también de acumular "algunos ahorros" del sueldo de secretaria que devengaba y que años más tarde diarios venezolanos calcularon en unos 3 millones de dólares.
Si con Herrera Campins el país no había podido salir del túnel en que le dejó el primer gobierno de Pérez, con Lusinchi el tunel se volvió más largo y más oscuro, con el agravante det caos moral que significaban unas relaciones adulterinas al más alto nivel.
La crisis alcanzó a todos los niveles de la vida política, económica, social. Alcanzó inclusive a la Democracia Cristiana, la orgullosa colectividad que se ufanaba de no haberse dividido jamás desde su fundación en 1946. Para las elecclones de 1988 Caldera pretendía retar en su propio terreno a Pérez, pero Eduardo Fernández, su antiguo protegido y convertido en el secretario general del partido, le cerró el paso.
Caldera con la contrariedad del padre relegado por el hijo, comenzó un discreto retiro político. No contribuyó a la campaña electoral de Fernández y éste aparecía como un peso pluma ante el campeón de los pesos completos, Carlos Andrés Pérez.
El ex presidente ansioso por un segundo periodo presidencial, apeló a todas las armas para ganar las elecciones. La promesa (demagógica por cierto) que más adeptos le generó fue aquella de que en su nuevo gobierno todo sería como cuando ocupó el Palacio de Mlrafiores... Y de eso habían transcurrido 10 años.
Nostalgiosos de ese pasado de abundancia de los petrodólares y tentados por las absurdas promesas de que "todo sería como antes" los venezolanos votaron masivamente por Pérez.
Pero aún antes de. tomar posesión Pérez trazó una estrategia para poner a Venezuela otra vez en la senda del progreso, aunque esto significara sangre, sudor y lágrimas. Por eso, aun sin que hubieran transcurrido dos semanas de su posesión, decretó un incremento al precio de los combustibles, lo que trajo aparejado un aumento sin control de los precios de los artículos de primera necesidad.
Venezuela debía volver a vivir de la realidad, a volver a taparse sólo hasta donde le alcanzase la cobija. El estado empleador debia cesar ese rol, la neoliberalización de la economía era apremiante, había que dar paso a la iniciativa privada. Había que desestatizar empresas. A la mayoría había que convertirlas en rentables.
Pero todo esto no era lo que lo que había prometido Pérez hasta hace dos meses nomás. El Juan Bimba se sintió engañado y salió a gritar su frustración a las calles destruyendo y saqueando a su paso supermercados, comercios, industrias. El "Caracazo" del 27 de febrero y su cruel represión significaron el divorcio absoluto entre el recién elegido Pérez y la mayoría del pueblo venezolano.
En medio del esfuerzo que se iniciaba para enderezar la economía venezolana surgieron algunos hechos que contradecían las proclamas de honestidad que partían desde los más altos círculos gubernamentales. Uno de ellos era la negligencia para darle curso a las denuncias de los graves casos de corrupción ocurridos en el gobierno de Lusinchi.
Blanca Ibañez huyó del país hallando refugio en Orlando, Estados Unidos. En 1991, ante la posibilidad de su extradición bustó santuario en Costa Rica y finalmente consiguió casarse con Lusinchi.
Esa página negra en la historia
venezolana estaba quedando atrás, pero la corrupción
había echado raíces muy profundas como para desaparecer de la noche a la mañana.
El nuevo gobierno de Pérez, decidido a "atacar" el vicio en su ejemplo más notorio, la oficina de cambio preferencial (Recadi) ordenó su inmediato cierre. Sin embargo funcionarios de la nueva administración habían tomado el cuidado de cambiar unos milloncejos de bolívares a dólares con el cambio preferencial de 4.50, cuando en la calle el cambio operaba ya a casi 20 bolivares por dólar.
Casi cinco años después el escándaloso negociado saldría a luz y marcaría, esta vez sí, el epitafio político de Pérez.