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Jueves 30 de julio de 1998


¿ABRIRA BOLIVIA SUS PUERTAS AL TURISMO?

Por Hernán Maldonado
Especial para la Agencia de Noticias Fides


Miami – Un alto diplomático de Naciones Unidas que acababa de acompañar hace un par de semanas al vicepresidente Jorge Quiroga en una ascensión al Illimani, comentó que Bolivia pierde una fortuna al no promover el turismo a ese imponente nevado.

Claro, ¿qué turista se va a animar a visitar esa hermosura natural, si no hay caminos ni posadas? Lo vergonzoso es que el Illimani no está a centenares de kilómetros sino, literalmente, al doblar de la última esquina de La Paz.

Y si esto ocurre con algo que está en las cercanías de la ciudad más importante del país, hay que imaginarse lo que le cuesta al turista, nacional o extranjero, visitar otras bellezas sin igual en el altiplano, los valles o el trópico boliviano.

La "industria del humo blanco", que hizo sobrevivir a la economía española de las décadas del 50 y 60, que es pilar en otros países como México, y que en los 90 está salvando a Cuba de un desastre total, definitivamente está en pañales en Bolivia.

Y el problema no es sólo falta de caminos, de infraestructura hotelera, de servicios de transporte públicos o privados. Lamentablemente no hay una "cultura turística" dentro del país ni en sus funcionarios que le representan en el exterior.

Valgan algunas anécdotas. En 1979 fui designado por la United Press International para cubrir la reunión de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos que se realizaba en La Paz y el jefe de la oficina en Venezuela era incapaz de comprender que yo, a pesar de ser boliviano, necesitaba de visa para entrar en mi propio país.

En 1987, ya radicado en Miami, pasé por el mismo trajin en busca de visa para la cobertura noticiosa del torneo preolímpico de fútbol. Al papeleo debí añadir dos fotografías tamaño carnet. Pero lo que más me humilló fue que tuve que presentar un certificado de buena conducta de la policía local.

Dentro del país las cosas no son mejores. Por ejemplo habría que preguntar ¿a quién se le ocurrió pedir documentos a las dos orillas del estrecho de Tiquina? Como si el lugar fuera un paso internacional.

Para viajar al exterior, en el aeropuerto de El Alto o en Cochabamba un pasajero pasa por el control de extranjería y de la aduana, donde sin más le revisan el equipaje de mano a falta (es inaudito que carezcamos de ello a estas alturas del desarrollo) de sencillos equipos electrónicos.

Cuando el mismo pasajero hace enlace en Santa Cruz, debe repetir el procedimiento, como si La Paz y Cochabamba fueran otros países. De paso hombres y mujeres son manoseados por policías que argumentan estar cumpliendo "sólo" órdenes superiores.

Y los superiores no son menos en las descortesías. Recuerdo, por ejemplo, que hace un par de años mi madre se enfermó gravemente en Cochabamba y en mi oficina, sólo por tratarse de un caso excepcional, me dieron permiso por 5 días.

Cuando el avión del LAB se acercaba a Santa Cruz, el piloto nos informó que la nave se desviaría a Cochabamba debido a la niebla en Viru Viru. Todavía somnoliento por el viaje nocturno, me alegré porque ganaría un par horas dado que no haría el transbordo en Santa Cruz.

Sin embargo cuando llegamos a Cochabamba, a las 6 de la madrugada, no había ningún funcionario de inmigración. Obviamente nadie esperaba ese avión. La instrucción que recibimos fue que debíamos sellar nuestro ingreso en las oficinas de inmigración en la Plaza 14 de Septiembre.

Ese lunes lo dediqué a mi madre, pero el martes a primera hora me presenté en la susodicha oficina donde un empleado me interrogó como a un delincuente en lugar de llamar simplemente al LAB.

Obviamente buscaba intimidarme y sacar alguna ventaja. Como no logró su propósito, me dijo que volviera a las 4 para recoger el pasaporte. Así lo hice, para comprobar que nada se había hecho porque "no vino la doctora".

El miércoles, en el tercero de mis cinco días de permiso, acudí a las 9 de la mañana a esas oficinas para hablar con la superiora del muchacho. Resultó ser la Directora Departamental del Ministerio de Gobierno, Norma de Jordán, que apareció en su despacho media hora antes del mediodía.

Ocupó media página de mi pasaporte con su pomposa firma y el sello.Ya no tuve valor de quejarme ni de discutir.

El viernes ví que "mi calvario" valió la pena. Delante mío en Santa Cruz un extranjero daba la razón del porqué no estaba el sello de entrada en su pasaporte. El funcionario, torpemente, se empecinaba en decirle que no le daría la salida a menos que pagara una multa de 60 dólares.

Yo, envuelto en la pena de dejar a mi madre aún enferma, no quise saber nada más. Pero volví al año, y este año.

¿Habrá vuelto ese extranjero?