Miércoles 9 de febrero del 2005
SE FUE RENE VILLEGAS
Por
Hernán Maldonado
Fue en martes de carnaval. En martes de ch'alla.
Según la familia, René acababa de almorzar (me pregunto si sería el clásico puchero del día), se sintió mal, fue trasladado a una clínica y en un par de horas estaba muerto.
Hace cinco años el corazón ya le había avisado. Por eso regresó a La Paz. René quería que, si iba a darse su encuentro con la parca, fuera en Bolivia. Hasta en eso fue organizado, meticuloso, puntual.
¿Habrá acabado una dinastía? Porque eso fueron los Villegas.
Cuando empezaba como periodista de agencia internacional, me batí a brazo partido con su padre, don Víctor Hugo Villegas, por un cuarto de siglo corresponsal de Reuters en Bolivia.
Víctor Hugo, su tocayo Víctor Hugo Salmón (AFP), Carlos Canelas (AP), Bertha Alexander (ANSA) y Betsy Zavala (UPI) eran en La Paz las "vacas sagradas" entre los periodistas internacionales bolivianos.
Los que nos asomábamos a ellos parecíamos verlos en un pedestal. Eramos como una familia, porque nadie tenía oficinas propias. Los despachos se hacían en conjunto desde la West Coast, al lado del Tránsito, en la Mariscal Santa Cruz.
Al salir del país, una de mis primeras despedidas fue de Víctor Hugo Villegas. En medio de una densa humareda de su infaltables cigarrillos, puso una mano en uno de mis hombros y me dijo: "Muchachito, que te puedo decir. Sólo desearte suerte".
Lejos del terruño supe del infarto que padeció y me enteré que el hijo, René, lo había reemplazado. Lo conocería más adelante. Trato de hacer memoria dónde fue. Quizás el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 en Argentina, o más antes en el Mundial de Natación en Cali. No sé. Lo que no se me olvida es que después coincidimos varias veces en coberturas de informaciones internacionales. Bastó que le haya dicho que era muy amigo de su padre ("El Viejo", solía decir con cariño) para que me regalara una hermosa amistad.
En medio del tráfago que implica una cobertura de un acontecimiento internacional, siempre nos dábamos tiempo para charlar "un cachito". Y qué agradable era su conversación. Podía ufanarse de muchas cosas, pero nunca presumia. Su sencillez era conmovedora.
Creo que la última vez que lo vi fue en el Mundial de Fútbol de Estados Unidos. Tampoco recuerdo si fumaba todavía. Porque René heredó de su padre no sólo el talento periodístico, sino su debilidad por los cigarrillos.
Y que lindo era charlar con René. Tenía en la punta de la lengua los dichos más recientes del país. Parecía una máquina de decir anécdotas. Y en ese mundial puso de moda en Estados Unidos el término de la "canariña" para referirse a la selección nacional de Brasil.
Nunca más volví a ver a René, aunque siempre estuvo presente en las conversaciones de los colegas y compatriotas que transitamos aún los caminos de la corresponsalía internacional.
Hoy, cuando fue acogido por última vez por la tierra que tanto amó y que mejor honró, sus amigos tratamos de disimular las lágrimas.
Pero sonreí al recordar la anécdota que me contó la última vez. Había regresado a Bolivia después de mucho tiempo para unas vacaciones. Le invitaron a una cena en Calacoto y se le ocurrió alquilar un automóvil. Al salir del ágape descubrió que le habían robado un neumático.
"Lo dejaron sobre unos ladrillitos, hermano", recordó.
Sus amistades le dijeron que si devolvía el auto en esas condiciones, la compañía le cobraría demasiado. Le aconsejaron que fuera a El Alto, a un lugar donde venden respuestos de dudosa procedencia para toda clase de vehículos, comprara la llanta, se la colocara y listo.
René compró el caucho y volvió a donde se había estacionado. Descubrió que el auto esta vez estaba sostenido en cuatro partes por... "unos ladrillitos, hermano".
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