Regreso al comienzo




Gracias por
firmar el libro
de visitas




Artículo
anterior




Libros y
CD's




CHAT ROOM
Tema Libre

Miércoles 10 de febrero de 1999


LA POLICIA BOLIVIANA EN SU HORA MAS NEGRA

Por Hernán Maldonado


Alberto Abaroa Rubín de Celis, era un ladrón de automóviles fichado por la policía. Especialista en Volkswagens. Cuando uno de estos "petas" desaparecía en La Paz, los policías sabían quién era y dónde estaba el autor.

Miami – Si mantenemos el equivocado paso que llevamos, próximamente en Bolivia, cuando un policía le pida a uno detenerse, habrá que levantar los brazos rápidamente y averiguar luego si se trata de una simple orden o de un atraco.

Es una verdadera lástima, pero la situación está llegando a tales extremos que la principal institución del orden naufraga en el mar de la vergüenza. Seguramente no son todos, pero ¿dónde están los honestos?

La corrupción ha llegado a todas las jerarquías. Ya no se trata simplemente del pobre carabinero analfabeto al que se soborna con 5 o 10 pesos por una falta de tránsito. Su existencia es tan común que éste sujeto, casi folklórico de la coíma pasiva, ni siquiera es objeto de atención pública.

Ahora la cosa es de tenientes para arriba, Y no son pasivos. Han pasado a la acción. Ahora hay policías chantajistas, ladrones, asesinos, atracadores, estafadores, falsificadores, auteros, etc, etc.

Quizás por eso el horrendo asesinato de dos policías el 21 de enero en La Paz ha dividido a la opinión pública entre los que creen que el homicida hizo lo que tenía que hacer y los que piensan que a éste se le fue la mano. Lo cruel es que nadie, excepto algunos de sus camaradas y familiares, pareció condolerse por los policías asesinados.

Alberto Abaroa Rubín de Celis, era un ladrón de automóviles fichado por la policía. Especialista en Volkswagens. Cuando uno de estos "petas" desaparecía en La Paz, los policías sabían quién era y dónde estaba el autor.

Al principio fue detenido, fichado y prontuariado, para salir luego desde detrás de las rejas más rápido que inmediatamente porque había aceptado compartir las ganancias de lo ilícito con sus captores.

Pero estos parecían un saco sin fondo. Por eso se explica que el 21 de enero, los policías Mario Rojas Peñarrieta y Gregorio Ortiz lo subieron confiadamente a un automóvil donde insistieron en sus demandas (los días previos habían hecho las exigencias a través del teléfono y personalmente en la casa del homicida). Abaroa Rubín de Celis no estaba esposado y el colmo: estaba armado.

O sea que cuando lo detuvieron en Villa Armonía, el hombre era tan conocido para sus captores que estos ni siquiera se tomaron el trabajo de registrarlo. Lo llevaron a la avenida Brasil donde las "negociaciones" alcanzaron su climax. Abaroa Rubín de Celis, cansado del chantaje, supo que la única manera de parar la bola de nieve era destruyéndola.

Sacó una pistola y con furia incontenible vació el cargador en los dos policías. La ciudadanía se estremeció. Una cosa así sólo se ve en las películas, pero no en La Paz y a las cinco de la tarde.

En menos de 48 horas fue capturado el malhechor. Irrefutable prueba de que la policía sabía siempre quién era el autero de los "petas". Para su detención, la policía acudió a un expediente poco profesional y por completo inconstitucional: arrestó al medio hermano Carlos Gómez Rubín de Celis y le obligó a revelar dónde estaba Alberto.

Dos días después, cuando el autor fue presentado a la prensa, lucía vendajes en las manos. Los policías de criminalística habían cometido un "pequeño descuido": calentaron demasiado la parafina para hacerle la prueba del guantelete. Saltó la Comisión Permanente de Defensa de los Derechos Humanos. ¿Para pedir justicia por los policías? No. Para evitar que abusaran del brutal asesino.

El juez Alberto Costa Obregón, con celeridad desusada dispuso su encarcelamiento quitándole a los furiosos policías una sabrosa presa.

El asesino admitió el monstruoso crímen y cuando el juez sopese las circunstancias agravantes y atenuantes, de seguro recordará la parte aquella en la que Abaroa Rubín de Celis dijo que ya no podía vivir en paz por el chantaje permanente a que estaba sometido por sus víctimas quienes, ávidos de dinero, inclusive lo alentaban a delinquir.

Y no es un hecho aislado. Repasemos, con la ayuda del diario Los Tiempos, de Cochabamba, los casos más sonados en los últimos tiempos.

General Jaime Céspedes ingresa a la celda de La Posta en la cárcel de San Pedro el 30 de noviembre de 1998.
    1. El ex comandante de la policía, general Jaime Céspedes, acaba de salir de la cárcel en libertad provisional en una demanda que llevan adelante humildes policías a quienes les vendió terrenos que no eran suyos por un valor de 300,000 dólares (1998).

    2. El coronel Freddy Rodríguez y el policía Ramiro Casapia, en connivencia con el delincuente pronturiado Iván Alvarez Espinoza, robaron del domicilio del ministro secretario de la presidencia, Mauro Bertero 14,000 dólares en efectivo y 90,000 en joyas (1998).

    3. El mayor Héctor Vega y la capitana Isabel Alemán son sospechosos del robo a la casa del famoso futbolista nacional Carlos Borja de donde desaparecieron joyas y 8.000 dólares (1995).

    4. El jefe de la Policía Tecnica Judicial de La Paz (PTJ) Arturo Farfán y el capitán José Cuevas son los implicados en el robo al domicilio de Diógenes Bustillos de donde se llevaron 180.000 dólares. (1996)

    5. El ex comandante de criminalística, coronel Renán López encubrió a delincuentes que robaron 176,000 dólares a un súbdito coreano, y se dio a la fuga (1997)

    6. El teniente coronel Alex Alipaz resultó implicado en la cobertura policial al envío de 4.1 toneladas de cocaína por parte del narcotraficante Luis Amado Pacheco. El lote rumbo a México fue incautado en Lima. El coronel Jorge Acosta es investigado por las sospechosas y constantes salidas al médico que otorga al narcotraficante encarcelado.

    7. El coronel Félix Rodríguez vendió una computadora robada al hermano de la ex prefecta de Oruro, Mirtha Quevedo. Declaró que compró el equipo de un desconocido que ... tocó la puerta de su casa.

    8. Los coroneles Arturo Farfán y Carlos Antezana, director y subdirector de la PTJ de La Paz fueron involucrados en el funcionamiento de "La Pecera" un lugar clandestino donde delincuentes comunes eran torturados para que revelen dónde guardaban las cosas robadas, sin que sus propietarios recuperaran nunca esos bienes. (1996)

    9. A fines de 1998 los tenientes Omar Quiroga y Edwin Miranda, fueron encarcelados por haberse dedicado a quemar con alcohol a borrachitos consuetudinarios en el Bosquecillo de La Paz. Acaban de ser puestos en libertad, dado que la víctima, Edgar Cortez, desistió del juicio, no sin antes haber recibido una compensación económica de sus torturadores. La inmoralidad e incompetencia de nuestra justicia es que ese tipo de delito no es de accion privada, por lo que debió seguir hasta sus últimas consecuencias, por más que Cortez hubiera renunciado a la acusación.

En fin, esta una apretada síntesis de algo que merecería figurar en "Aunque usted no lo crea", la famosa columna de hechos insólitos de Ripley.

Parece ser la explicación de por qué los estadounidenses, cuando decidieron apoyar económicamente el esfuerzo de la lucha contra las drogas, prefirieron fundar una nueva organización (Umopar). Hacerlo con los medios tradicionales, habría sido como encomendar al zorro el cuidado de las gallinas.

Hasta hace unos años lo más terrible para llenar de vergüenza a un policía era decirle "calamarqueño", por el atraco encabezado por los hermanos Fuentes a una comisión, en la localidad de Calamarca, que llevaba el pago de sueldos de la Comibol a los mineros de Huanuni.

Ahora, cuando el mal tiene características de endemia, simplemente no hay ningún adjetivo.

¿Podrá la policía boliviana borrar esta página negra que la envuelve en la infamia?