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LA PATRIA "AGRADECIDA"
Por
Hernán Maldonado
"¡Ese viejo a la cola!", se escuchó imperiosa una voz. "Si, si, a la
cola", respondió un coro de voces.
"Yo no tengo que hacer cola. Soy excombatiente del Chaco", dijo el hombre.
"Loteador del Chaco, dirás", le dijo con sorna una mujer de mediana edad.
Le siguieron risas.
El anciano no respondió. Buscaba dificultosamente entre sus bolsillos su
carnet de excombatiente, mientras los de la cola disimuladamente le cerraban
el paso hacia la ventanilla de pago.
La pesada burocracia boliviana hace que hasta para pagar por los
servicios publicos uno debe hacer colas interminables y perderse toda una
mañana. Tan burocrático es el asunto que en un mismo banco y ante un mismo
mostrador con tres cajeros, uno tiene que hacer tres colas, una para pagar el
teléfono, otra para el agua y otra para la electricidad.
Como ví que al hombre no lo dejarían llegar fácilmente al comienzo de la
fila, lo coloque delante mio. En la próxima hora me contó algo de su vida. Le
tocó estar en la última parte de la guerra, como conscripto del año 1935.
"A los pilas (paraguayos) les dimos su merecido en Charagua y
Mandeyapecua. Si hubieran pasado de allí, habrían llegado hasta Santa Cruz",
dijo. "La lucha fue feroz. No tuve ningún rasguño, pero cuando acabó la
guerra todavía me quedé alli dos años más. Me enfermé de paludismo", recordó.
El cajero parecía poner un esfuerzo adicional en estampar el sello a los
recibos pagados y cuando más audible era su entusiasmo, significaba que más
cerca estábamos de pagar nuestras facturas. Cuando ocurrió, el anciano
inútilmente mostró, al que quisiera verlo, su carnet de excombatiente, por el
cual supuestamente está exento de hacer cola en las reparticiones públicas o
privadas.
En los rostros veía risas, indiferencia, compasión, comprensión, desdén,
fastidio, etc. Cuando ganamos la calle y me aprestaba a despedirme, el
anciano me dijo: "Todos estos nuevaoleros no saben lo que pasamos. A todos
nosotros, por el sólo hecho de haber ido a soportar tanta penuria, debían
habernos hecho un monumento".
Le pregunté si no tenía a quien enviar a pagar sus facturas. "Tengo una
familia grande, pero nadie podría perderse una mañana para sólo pagar
facturas y como yo como excombatiente no hago cola, entonces me mandan, pero
no siempre me dejan pagar primero, así que a veces estoy horas parado", dijo.
"A propósito", me dijo. "Ya que me ha ayudado tanto, hágame pues el favor
de acompañarme aquí a la vueltita a cobrar mi pensión de excombatiente, tengo
temor de cruzar solo la Ayacucho", agregó.
Lo llevé las cuadras que lo separaban del inmueble donde se paga en
Cochabamba las mensualidades a los beneméritos. Era un patio grande con dos
habitaciones largas con grandes ventanas ante cada una de las cuales había
sendas colas. Ancianos y ancianas, algunos solos, otros acompañados por sus
familiares, se alineaban allí.
¿Y por qué hay que hacer dos colas? , le pregunté. "Una es para recoger
la boleta y otra para cobrar", dijo al ponerse al final de la fila. Aquí no
valía su carnet de excombatiente.
Extendí mi vista por ese conglomerado de abuelas y abuelos parados bajo
el sol. Pregunté otra vez al anciano si para cobrar esos miserables 780 pesos
bolivianos mensuales - el premio que da la patria a sus defensores - había
que hacerlo personalmente. "Así es", respondió.
Hice cálculos. De los casi 200,000 movilizados al Chaco, no sobreviven
más de 4,500, entre excombatientes y sus viudas. ¿No podría el Estado hacer
que estos venerables ancianos reciban sus pensiones en su domicilios, dado
que la mayoría de ellos apenas puede mantenerse en pie?
Mi interrogante se quedó en el aire, porque el anciano más bien me
preguntó: "¿Usted es extranjero, no?"
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