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Miércoles 29 de diciembre de 1999


LA PATRIA "AGRADECIDA"

Por Hernán Maldonado


Miami - El anciano desdentado quiso llegar al comienzo de la fila haciendo esfuerzos por mantener el equilibrio sobre sus enflaquecidas piernas y blandiendo una arrugada factura telefónica en sus manos temblorosas.

"¡Ese viejo a la cola!", se escuchó imperiosa una voz. "Si, si, a la cola", respondió un coro de voces.

"Yo no tengo que hacer cola. Soy excombatiente del Chaco", dijo el hombre.

"Loteador del Chaco, dirás", le dijo con sorna una mujer de mediana edad. Le siguieron risas.

El anciano no respondió. Buscaba dificultosamente entre sus bolsillos su carnet de excombatiente, mientras los de la cola disimuladamente le cerraban el paso hacia la ventanilla de pago.

La pesada burocracia boliviana hace que hasta para pagar por los servicios publicos uno debe hacer colas interminables y perderse toda una mañana. Tan burocrático es el asunto que en un mismo banco y ante un mismo mostrador con tres cajeros, uno tiene que hacer tres colas, una para pagar el teléfono, otra para el agua y otra para la electricidad.

Como ví que al hombre no lo dejarían llegar fácilmente al comienzo de la fila, lo coloque delante mio. En la próxima hora me contó algo de su vida. Le tocó estar en la última parte de la guerra, como conscripto del año 1935.

"A los pilas (paraguayos) les dimos su merecido en Charagua y Mandeyapecua. Si hubieran pasado de allí, habrían llegado hasta Santa Cruz", dijo. "La lucha fue feroz. No tuve ningún rasguño, pero cuando acabó la guerra todavía me quedé alli dos años más. Me enfermé de paludismo", recordó.

El cajero parecía poner un esfuerzo adicional en estampar el sello a los recibos pagados y cuando más audible era su entusiasmo, significaba que más cerca estábamos de pagar nuestras facturas. Cuando ocurrió, el anciano inútilmente mostró, al que quisiera verlo, su carnet de excombatiente, por el cual supuestamente está exento de hacer cola en las reparticiones públicas o privadas.

En los rostros veía risas, indiferencia, compasión, comprensión, desdén, fastidio, etc. Cuando ganamos la calle y me aprestaba a despedirme, el anciano me dijo: "Todos estos nuevaoleros no saben lo que pasamos. A todos nosotros, por el sólo hecho de haber ido a soportar tanta penuria, debían habernos hecho un monumento".

Le pregunté si no tenía a quien enviar a pagar sus facturas. "Tengo una familia grande, pero nadie podría perderse una mañana para sólo pagar facturas y como yo como excombatiente no hago cola, entonces me mandan, pero no siempre me dejan pagar primero, así que a veces estoy horas parado", dijo.

"A propósito", me dijo. "Ya que me ha ayudado tanto, hágame pues el favor de acompañarme aquí a la vueltita a cobrar mi pensión de excombatiente, tengo temor de cruzar solo la Ayacucho", agregó.

Lo llevé las cuadras que lo separaban del inmueble donde se paga en Cochabamba las mensualidades a los beneméritos. Era un patio grande con dos habitaciones largas con grandes ventanas ante cada una de las cuales había sendas colas. Ancianos y ancianas, algunos solos, otros acompañados por sus familiares, se alineaban allí.

¿Y por qué hay que hacer dos colas? , le pregunté. "Una es para recoger la boleta y otra para cobrar", dijo al ponerse al final de la fila. Aquí no valía su carnet de excombatiente.

Extendí mi vista por ese conglomerado de abuelas y abuelos parados bajo el sol. Pregunté otra vez al anciano si para cobrar esos miserables 780 pesos bolivianos mensuales - el premio que da la patria a sus defensores - había que hacerlo personalmente. "Así es", respondió.

Hice cálculos. De los casi 200,000 movilizados al Chaco, no sobreviven más de 4,500, entre excombatientes y sus viudas. ¿No podría el Estado hacer que estos venerables ancianos reciban sus pensiones en su domicilios, dado que la mayoría de ellos apenas puede mantenerse en pie?

Mi interrogante se quedó en el aire, porque el anciano más bien me preguntó: "¿Usted es extranjero, no?"