Lunes 21 de mayo del 2001
EL OBSOLETO SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO
Por
Hernán Maldonado
Con unas mejillas que en otro clima seguramente eran rosadas pero que se habían vuelto moradas por el frío del altiplano, el subteniente Javier Pammo Rodríguez entró a la oficinas del comando del Regimiento Ayacucho 8 de Infantería y con curiosidad me preguntó qué es lo que hacía ahí y por qué no estaba con el resto de los soldados en la “instrucción abierta”.
Todavía con las palmas de mis manos pegadas a mis muslos y con la vista dirigida a la visera de su gorra, le contesté que el coronel Vicente Ordoñez me había nombrado “estafeta del comando”. Me ordenó que me sentara y me preguntó cómo es que siendo un universitario había yo aceptado hacer el servicio militar. Luego descubrió que también por entonces ya era periodista.
Fue un craso error decírselo. Creo que más en serio que en chiste me ordenó que le escribiera cartas de amor, en su nombre, para su “bella Mercedes” que vivía en La Paz. Ignoro hasta hoy si esas cartas las enviaba y si realmente el galán conquistó el corazón de la dama. De todos modos, el hecho me recuerda las labores extracastrenses que se obligaba a hacer a los conscriptos en el servicio militar.
Obviamente eso no es nada comparado con la servidumbre que históricamente se ha instituido en la vida militar del país y que termina en el eslabón más bajo, el del soldado, convertido en pongo, en albañil, en chofer, en mandadero, etc.
Cuando hacia mi servicio militar en el gélido pueblo de Corocoro, sólo esporádicamente fui testigo de malos tratos físicos a los soldados. Algunos oficiales, como el subteniente Mario Lema Prieto, con el que cultivo una linda amistad hasta el día de hoy, tenían una magnifica sensibilidad y no permitían abusos.
Pero si no habían golpes había otro tipo sanciones, tan humillantes como lo habrían sido las golpizas. Recuerdo una mañana en que el oficial de turno había descubierto que una docena de soldados se había escondido en su cuadra para no ir a instrucción. Los hizo formar en el segundo patio. La falta era grave y podía esperarse lo peor.
El oficial, ordenó a los conscriptos a que volvieran a su cuadra y que se desnudaran completamente a la cuenta de 20 y volvieran a formar en el patio. Pensé que el castigo consistiría en avergonzarlos así y, de paso, ver cómo soportaban el frío altiplánico.
Pero no, el oficial empezó a dar órdenes: “A ponerse las polainas… carrera mar”. Cumplido el trámite siguió “A armarse (ponerse el correaje)… carrera mar”, Luego “A ponerse el casco… carrera mar”. Cuando la penúltima orden se había dado, en el inmenso patio estaban unos sudorosos soldados desnudos, pero con toda su parafernalia militar.
Y entonces resonó la última orden: “Escuadra, a paso de parada… mar”. Era absolutamente ridículo, humillante todo aquello, pero el oficial tampoco parecía divertirse. Lo estaba haciendo en serio y tampoco me quedé más para averiguarlo. Cuando me alejaba sentía el chocar de las plantas desnudas sobre el frío empedrado como sonoros sopapos y el ritmico “izquier, izquier, izquier”.
Pero esos abusos aparentemente son juegos de niños con los que se han dado cuenta después, al extremo de que varios soldados han resultado lisiados, alguno ha muerto y otro ha sido inducido al suicido, de manera que la Defensora del Pueblo, Ana María Campero, con sus condenas a estos abusos le ha dado ímpetu al clamor de eliminar el servicio militar obligatorio tal cual hoy lo conocemos.
No solamente son los malos tratos so pretexto de “formar hombres”, sino los abusos de otra índole que deben obligarnos a replantear las cosas. Todavía está fresco y nunca se ha sabido si hubo sanción al comandante de regimiento que (cuando era ministro de Defensa Fernando Kieffer), en el actual gobierno, “alquilaba” soldados a una empresa privada para que transportaran como bestias de carga sacos de cemento destinados a la construcción del camino Cotapata-Santa Bárbara.
Un país pobre como el nuestro necesita de otro tipo de fuerzas armadas. En lo militar deben ser profesionalizadas y básicamente deben cumplir una función social. Realmente no podemos equiparar nuestras fuerzas armadas, desde el punto de vista logístico, con las de nuestros vecinos y entonces haríamos bien en taparnos solo hasta donde nos alcanza la cobija.
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