Mi adorada Mercedes

1912 - 2000
No sé cuándo empecé a llamarle simplemente Mercedes. Debió ser después que murió mi padre hace 26 años. Talvez inconscientemente busqué ocupar su lugar, pero a mi manera, porque para él era sólo la "Negra". En un hogar donde la disciplina y el respeto a los mayores eran una religión, habría sido imposible que yo la llamara antes por su nombre.

"Yo soy tu mamá, no soy tu hermanita", me corregía cada vez que le decía Mercedes. Pero lo hacía amorosamente. Sabía en su fuero interno que cuando la llamaba así, yo le ponía a su nombre todo mi amor y mi respeto.

Mi más vívido recuerdo de ella se remonta a los años 40. Sentada detrás de su máquina Singer en la que cosía mi ropa, retocaba el guardapolvo blanco que estrenaría al día siguiente en mi primer día de clases. Me llevó de la mano calle abajo la Jenaro Sanjinés. "Fíjate bien como estamos yendo, porque desde mañana vendrás solo", me advirtió.

En la puerta de la escuela México me entregó a mi primera maestra Betty Jordán y como yo no quería desprenderme de su mano, me recomendó firme: "Ya, ya, ya. Tienes que quedarte. Nada de llorar. Tienes que portarte como un hombrecito". En los años sucesivos, sería ella y mi hermana Albina las que abogarían casi clandestinamente por mi ante profesores y regentes por las diabluras mías, "porque si su padre sabe; lo va a matar".

Y cuando decidí salir del país y sabía que mi principal medio de vida sería el periodismo, me repitió su recomendación de siempre: "ni con el uno, ni con el otro. Sólo la verdad. Siempre la verdad".

De eso pasaron tres décadas y anualmente repetía el rito de ir a verla, puntual, excepto este año, para desgracia mía, por muchas razones, incluido mi cambio a Atlanta. Tenía una salud de hierro y yo me confiaba en ello. Faltaban menos de 45 días para su cumpleaños 89 y yo viajaría. Esbozamos planes con mi hermano Oscar, que siempre iba a festejarla cada 6 de febrero.

Hace 5 años se enfermó en La Paz y la trasladamos definitivamente a Cochabamba. Desde entonces, con una devoción indescriptible, mis hermanas Albina, Antonia, Blanca, desde Venezuela y Arminda, desde La Paz, dejaban estoicamente esposos, hijos y nietos y se turnaban cada tres meses para ir a acompañarla. La semana pasada de este diciembre volvió a enfermarse. Volví a hablar por teléfono con ella un par de veces más. Lúcida hasta el final. Ella más bien era las que nos consolaba, la que nos pedía que nos pongamos fuertes. Y hasta estaba segura que se curaría.

Antonia y Blanca, tras incontables peripecias salieron de Venezuela y se unieron en Cochabamba a Albina y Arminda. Yo empecé a llamar a compañías aéreas, a agencias de viajes. La respuesta era la misma... Es la época, no hay pasajes.

Mercedes, a lo largo de su vida, siempre me aconsejó la tolerancia, la paciencia, la ecuanimidad, la comprensión. Esos consejos los tuve presente estos días. Inclusive cuando una empleada del Lloyd Aéreo Boliviano, a la que le expuse la urgencia de mi viaje, me contestó irrespetuosa: "Señor, en esta época a todos se les enferma alguien en Bolivia". Dios la perdone, porque yo me abstuve de darle una bofetada.

Llegué a Miami este lunes. Mis hermanas habían convencido en Cochabamba al LAB que me hicieran una reserva en el vuelo que salía a las 11 de la noche. Desde Sao Paulo había abogado también por mi Victor Hugo Tejerina, un entrañable amigo, a través de su hija Ligia, en La Paz. En el LAB otra empleada (María Luisa) me dio las instrucciones para recoger mis pasajes en el aeropuerto. Ahí caí en cuenta que había dejado mi pasaporte en Atlanta. Ante mi completa desolación, mi hijo Miguel se ofreció ir ida y vuelta los 1.600 kilómetros en automóvil . Me negué.

Aun con todo listo, no habría llegado a tiempo. Mi adorada Mercedes murió la madrugada de este martes mientras yo habría estado en pleno vuelo.

Me quedé sin ir a cerrar sus ojos, sin darle el último beso. Ni siquiera podré poner la última rosa sobre su tumba.

..."Ya, ya, ya. Nada de llorar. Tienes que quedarte. Tienes que portarte como un hombrecito..."

HERNAN MALDONADO
Miami, diciembre 19 del 2000