"MESTIZAJE CABEZA ABAJO":LA PEDAGOGIA AL REVES DE FELIPE QUISPE "EL MALLKU"Por Javier Sanjinés C. El
mestizaje es uno de los temas fundacionales de las sociedades americanas,
particularmente de aquellas ubicadas en las áreas de colonización española y
portuguesa. Proceso complejo que mezcla razas y culturas, el mestizaje y su uso
simbólico son tópicos centrales para la constitución de los estados nacionales
latinoamericanos. Tropo recurrente durante el siglo diecinueve, y tema ligado a
la búsqueda de lo americano, el mestizaje está también unido a la consolidación
y modernización de nuestras sociedades durante el siglo veinte. Puesto que
América Latina es una región en la cual el mestizaje racial y cultural fue más
violento debido a la naturaleza de la explotación colonial, su problemática,
unida a la de la "cuestión indígena", ha sostenido el interés de gran
parte de los hombres de letras de nuestros países. (Pág.5)
En
Bolivia, el mestizaje y su uso discursivo se hallan en los trabajos históricos
y literarios del siglo diecinueve. Sin embargo, su presencia a principios del
siglo veinte en las discusiones letradas en torno a la construcción del Estado
liberal ubica al mestizaje en el centro de la polémica de ese momento histórico
sobre si Bolivia debió o no haber promovido la integración del indio a la vida
nacional. De este modo el paradigma del mestizaje (bien sabemos que los
paradigmas no son más que discursos ideológicos cuyo propósito es justificar la
hegemonía de los sectores dominantes) inicia su viaje cultural en el siglo
veinte con la Creación de la pedagogía nacional (Tamayo [1910] 1975), el ensayo
fundacional del liberal reformista Franz Tamayo. Mientras Tamayo inaugura con
esta colección de ensayos la posibilidad utópica de construir un mestizaje
idealizado, capaz de reunir en una metáfora corporal la inteligencia mestiza
con la vitalidad muscular indígena, las consecuencias de esta unidad son
descartadas por Alcides Arguedas, el liberal positivista que vé en el mestizaje
sólo desequilibrios raciales e imperfecciones. En otras palabras, si Tamayo da
al mestizaje un giro positivo y útil a la construcción de lo nacional, Arguedas
se empeña en negarlo como factor de degeneración y atraso.
Introducido
por Tamayo, el paradigma del mestizaje, busca eliminar, con su retórica y
conocimientos propios, las diferencias entre mestizos, criollos e indios,
criollos e indios en una metáfora visual sintetizadora, unificadora,
esencializadora, que llamo "mestizaje ideal". A través de esta
metáfora, las diferencias raciales quedan ordenadas en un ver jerarquizador
aparentemente natural. Digo aparentemente porque quien impone esta jerarquía
también impone, como Ranajit Guha reflexiona en sus escritos sobre insurgencia
campesina (1983), el sentido identatario a los pueblos indígenas. A contrapelo
de este proceder jerarquizador, resulta entonces importante ubicar los nuevos
conocimientos introducidos por los recientes movimientos indígenas subalternos
a través de los cuales el mestizaje queda descentrado, igual que perturbada la
jerarquización y el ordenamiento oficial de los hechos sociales. Esta reflexión
en torno "al descentramiento" del mestizaje parte del (Pág.6) estudio
de algunos temas epistemológicos del discurso de Felipe Quispe, conocido como
"el Mallku", líder indígena aymara que tiene hoy en vilo al
racionalismo criollo‑mestizo. Estoy particularmente motivado por la
interrelación que encuentro entre los aspectos conocidos del mestizaje y los
nuevos conocimientos aportados por el movimiento indígena aymara al mejor
entendimiento de una sociedad multiculturalmente compleja como es la boliviana.
En tal sentido, y como veremos a continuación, el movimiento indígena aymara de
la altiplanicie boliviana ‑el katarismo‑ se divide en dos
corrientes: un katarismo moderado y otro más radical (Archondo 2000). Ambos
expresan, sin embargo, estrategias subalternas diferentes cuando luchan contra
la visión unitaria criollo‑mestiza de la nación‑estado.
Queda
así planteado el propósito de este ensayo. No nos interesa ver el trayecto
seguido por el discurso del mestizaje, es decir, cómo este discurso viaja en el
tiempo, sino ubicarnos en el momento presente de los movimientos indígenas que,
en lucha con el Estado neoliberal y su política librecambista, desplazan al
mestizaje y corrigen la metáfora tamayana que le da origen, poniéndola ahora
"cabeza abajo". Nos interesa perturbar el sueño del mestizaje;
insistir en su construcción corporal y social (ya sea en términos de afirmación
nacional [el trayecto de las ideas fundacionales de Franz Tamayo] o de
subversión [las sensibilidades subalternas]); y, en general, construir la
visión social moderna, especificando sus prácticas dominantes y sus
resistencias culturales. Comenzaré por los katarismos contrastantes ¿Debe esta
ideología indígena quedar "adentro" o "afuera" del sistema?
Discutir la pregunta me llevará ‑a través del análisis de la teoría katarista
de "los dos ojos"‑ a la reflexión de las epistemologías
contrastantes que el katarismo pone en juego. Los intelectuales alineados con
el estado y con la construcción de una democracia representativa, quienes
aparentemente no logran entender la naturaleza "visceral" del líder
aymara, necesitan "encuadrar" al Mallku dentro de una narrativa
histórica que sea lógica y racional. Pero el Mallku parece estar alerta y
pronto a escapar el "encuadre", especie de trampa tendida que ata el
conocimiento a las nociones homogenizadoras (P.7) de "estado",
"cultura", "nación". El Mallku tampoco se queda estático,
como les ocurre a los conejos de la altiplanicie andina, facilitándole la tarea
al cazador; por el contrario, hace uso de la estrategia subalterna de la ambiguedad
y de la radical inestabilidad para desplazarse y así desbordar el marco
inclusivo en el que se le quiere encasillar.
1. Los dos katarismos
Para
la mayoría de los bolivianos, la revolución nacional de 1952 aún representa el
más importante experimento de construcción del Estado‑nación. Pero esta
revolución quedó profundamente disminuida doce años más tarde cuando, en 1964,
el ominoso "pacto militar campesino" trajo el militarismo y abrió
paso a casi dos décadas de dictaduras. Uno de los acontecimientos político‑sociales
no deseados por estos pactos populistas fue, sin embargo, el surgimiento de
movimientos étnicos que a fines de los 70 y durante la década de los 80 apartó
progresivamente la conciencia popular del "modelo mestizo hegemónico"
(y de sus preceptos económicos liberales).
Katarismo
es el proyecto ideológico promovido por pensadores aymaras con entrenamiento
universitario. En el corazón de esta ideología está la posibilidad de recuperar
una tradición contrahegemónica poderosa, opuesta tanto al proyecto liberal de
construcción nacional, como a los ideales occidentales de homogenización
cultural y de construcción ciudadana bajo la forma reificadora del mestizaje
cultural. Los intelectuales aymaras reconstruyen el accidentado pasado sin
recurrir a las consabidas explicaciones de la historia caudillesca del siglo
XIX, y en contra de la percepción épica de izquierda que ubica la redención
social en el heroico proletariado minero. Como contraoferta explicativa, la
intelectualidad aymara piensa Bolivia como una secuencia de violentas luchas
políticas y culturales conducidas por caciques indígenas desde 1780, cuando
Tupac Katari, el líder de las rebeliones, fue derrotado por los españoles y
sentenciado a muerte. (P.8)
Katari,
de quien la ideología recoge el nombre, fue desmembrado y su cuerpo fragmentado
quedó en la memoria histórica como símbolo de rebelión. Para el katarismo,
doctrina que lucha contra la visión del cuerpo unificado bajo la hegemonía mes
cuerpo de Katari debe mantenerse desmembrado hasta que el día de la catástrofe
liberadora.
Desarrollado
a finales de la década de los 60, cuando el agrícola tradicional se mantenía
aún colonizado por el "nacionalismo revolucionario" ‑ideología
que viene desde la revolución de 1952 y que fue cooptada por los gobiernos
militares‑ el katarismo logró distanciarse de la confederación campesina
oficialista y rechazó el poco edificante pacto militar‑campesino. [(Nota
1.‑ El Movimiento Revolucionario Tupac Katari (MRTK), que representa el
ala moderada del katarismo, inició su gradual apartamiento de las
confederaciones campesinas orquestadas y controladas por los militares, y se
transformó en un movimiento indígena de estrechó lazos con la Central Obrera
Boliviana (COB). Pero mientras el MRTK fue valioso instrumento concientizador a
principio y a mediados de los años 70, terminó la década ligado a Democrática y
Popular (UDP), coalición de grupos de izquierda, marxistas y no incluida el ala
izquierda del MNR, el MNRI, y el Partido Comunista Boliviano. Bajo esta
coalición, el MRTK estableció su estrategia política del "adentro y en
contra" que difiere de la postura ideológica adoptada por el otro y más
radical katarismo aparecido en esos años tan llenos de zozobra: el Movimiento
Indio tupac Katari (MITKA). Dirigido por Luciano Tapia y Constantino Lima, los
predecesores de Felipe Quispe, "el Mallku", tema de este ensayo, el
Movimiento Indio Tupac Katari, fundado en 1975 combina su ideología indígena
con la memoria histórica de Tupac Katari. Escéptico de cualquier alianza con
partidos políticos criollo‑mestizos, su radicalismo expresa m en contra'
del sistema político vigente)].
A
pesar de sus alianzas y de sus esporádicos fracasos, el katarismo aspira a
trascender el marco que el nacionalismo impone a la realidad con su visión
hegemónica de Bolivia como " única'. El katarismo nos aclara por vez
primera que Bolivia mosaico de culturas y de identidades. De este modo, se
opone vehementemente a la asimilación cultural de la población indígena en
torno a la nación boliviana bajo la hegemonía criollo‑mestiza. Aunque su
discurso es simplista, el poder del katarismo reside en la presencia simbólica
de Tupac Katari. Esta metáfora simple del cuerpo fragmentado parece ser más
eficiente en libros enteros escritos sobre la construcción del estado. El
katarismo, por tanto, no pertenece a una cultura letrada, a pesar de la (P.9)
presencia de intelectuales aymaras en su configuración. Su capacidad persuasiva
está en el uso político de Tupac Katari como metáfora visual de la liberación. De
este modo, podemos afirmar que el katarismo cuestiona la lectura deficiente e
incompleta de Bolivia como realidad homogénea y unidimensional.
Sin
embargo, si miramos con mayor detenimiento el katarismo como doctrina
contestataria, éste parece operar tanto dentro como fuera del sistema político
hoy día imperante. En efecto, el Decreto 21060, promulgado en 1985, al
principio del último período del gobierno ilustrado de Víctor Paz Estenssoro
(1985‑1989), el Movimiento Nacionalista Revolucionario se transformó en
una fuerza neoliberal conservadora a la que el katarismo acompañó "desde
adentro". Bajo el liderazgo del intelectual aymara Víctor Hugo Cárdenas,
la corriente moderada del katarismo fue invitada a participar en una alianza
política insospechada con el "movimientismo" neoliberal. En 1993,
cuando Gonzalo Sánchez de Lozada, el actual jefe en ejercicio del Movimiento
Nacionalista Revolucionario, ganó las elecciones e inauguró sus reformas
sociales y económicas, Víctor Hugo Cárdenas se convirtió en el primer vice‑presidente
indígena de la historia de Bolivia, y en una pieza fundamental en la
construcción y promulgación de la Ley de Participación Popular. Esta
sorprendente alianza confirma el "adentro" del katarismo moderado
bajo Víctor Hugo Cárdenas. De este modo, no podemos pasar por alto la alianza
que el Movimiento Nacionalista Revolucionario y el katarismo moderado
construyeron entre 1993 y 1997.
La
alianza entre el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada y el katarista Víctor
Hugo Cárdenas no puede ser subestimada. Constituye una alianza única en su
naturaleza, tanto para Bolivia como para otras naciones latinoamericanas con
poblaciones indígenas mayoritarias. Es, sin duda, otro síntoma de que algo
mayor ocurre en América Latina, y que tiene que ver con acontecimientos
igualmente importantes como los recientes levantamientos indígenas en el
Ecuador y el movimiento zapatista en México. De igual modo, recientes
acontecimientos político‑sociales en Bolivia, particularmente la
formulación de la Ley de Participación Popular, (P.10)no pueden ser
comprendidos sin esta alianza entre neoliberales y kataristas moderados. De los
muchos temas que puede un( acá, me interesa resaltar la plataforma política que
neolibe kataristas construyeron en 1993, bajo el comúnmente co "Plan de
Todos", programa que dio a la alianza entre "movimientistas" y
kataristas la posibilidad de poner en práctica ti Reforma Educativa como la Ley
de Participación Popular.
Una
lectura detenida del "Plan de Todos" ‑este plan presenta la
propuesta de una Bolivia moderna, capaz de ajustarse a las políticas
neoliberales del mundo globalizado‑ muestra que el "nacionalismo
revolucionario" es todavía una ideología flexible, porosa y maleable a los
cambios sucedidos en sociedad. El "Plan de Todos" incluía la
perspectiva katarista dentro de su novedosa conceptualización de la sociedad
boliviana, la misma que ya presente incluso antes de que Víctor Hugo Cárdenas
hubiera sido incorporado a la fórmula electoral con Gonzalo Sánchez de Lozada. En
efecto, Enrique Ipiña Melgar, ideólogo del MNR y ex‑ministro de Educación
del último gobierno de Paz Este escribió el proyecto de una reforma educativa
(Ministerio de Educación y Cultura 1987) ‑véase que la naturaleza
pedagógica de los proyectos fundacionales no abandona a los bolivianos desde La
Creación de la Pedagogía Nacional‑ que incorpora dentro la ideología
dominante la noción de una Bolivia plurilingüe cultural. Aunque la reforma
educativa retiene al mestiza cultura dominante, se nota ya que el
"nacionalismo revolucionario" va aproximándose a la propuesta
katarista, y apropiándose los conceptos de multiculturalidad y de
plurilingüismo hechos, cuando el Movimiento Nacionalista Revoluciona estableció
el pacto electoral con el katarismo de Víctor Hugo Cárdenas, dejó sentado en
"El Plan de Todos" que " el MRTKL es un joven partido político
que recoge las demandas de la rica diversidad multicultural de la nación
boliviana" (MNR‑MRTKL 1993, 17). Sin embargo, se admite la necesidad
de enriquecer su ideología con nuevas ideas, intentando darle mayor
nacionalismo. Lo que el "movimientismo" buscaba momento era "un
nacionalismo integral, abierto y popular, sostenido (Pág.11) en la pluralidad
de sus identidades culturales" (MNR‑MRTKL 1993, 17). En "El
Plan de Todos" es difícil pasar por alto el hecho de que los ideólogos
"movimientistas" intentaban afanosamente introducir las políticas de
reafirmación de la identidad nacional dentro del "nacionalismo
revolucionario". En este sentido, uno tampoco puede dejar de observar que,
absorbido por el neoliberalismo "movimientista", el katarismo
moderado de Víctor Hugo Cárdenas cedió la "diferencia colonial", la
que quedó alienada dentro de la idea hegemónica mestizo‑criolla de
"igualdad". (Mignolo 2001, 11).
El
katarismo no logró trascender históricamente el "nacionalismo
revolucionario". Sin embargo, es interesante acotar que el katarismo ha
sido la única fuerza contrahegemónica que los reformadores liberales tuvieron
en cuenta y cuidaron de incorporar en su programa de políticas reformistas. [(Nota
2.‑"Derrotado el socialismo, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario vio por necesario incorporar en su discurso un renovado
componente popular. Esto lo encontró en el katarismo. Debe ponerse de
manifiesto que el katarismo moderado fue invitado a participar, junto con el
Movimiento Nacionalista Revolucionario, en la justa electoral, en un momento en
que el partido de Víctor Hugo Cárdenas perdía fuerza en la arena política
debido a la derrota de la Unidad Democrática y Popular, su aliada política
durante los desastrosos años que siguieron al derrumbe del militarismo (1982‑1985)")].
Déjenme
ahora explorar cómo esta alianza con el movimientismo neoliberal forzó al
katarismo a modificar su ideología. El katarismo de Cárdenas debió jugar de
acuerdo con las reglas de la modernidad, y tuvo que adherirse a los conceptos
de gobernabilidad y a la búsqueda de la democracia representativa. Como era de
esperar, estos cambios también alteraron su ideología. La visualización, el
acto de ver como hecho social, ingresa de pleno en este análisis de las
transformaciones sufridas por el katarismo.
2. La "teoría de los dos
ojos"
Uno
de los aspectos fundamentales del katarismo es su "teoría de los dos
ojos" (Albo 1987, 402). Con esta teoría, el katarismo de Cárdenas ubica el
análisis de la sociedad en dos ejes visuales: un ojo ve Bolivia como el
problema irresuelto de la clases explotadas (Pág.12); el otro ojo ve el país
como el problema de las naciones midas (pueblos y grupos étnicos) y no
representadas por el estado. De acuerdo con esta visualización social, es
absolutamente insuficiente la percepción de Bolivia a través de una visión
exclusivamente occidental, sistémica, que sólo observa con el "ojo
mental". Puesto que la propia óptica marxista sólo ve Bolivia con el ojo
de la explotación de clases, el katarismo propone verla también con el ojo de
las etnicidades. De este modo, la explotación económica no puede quedar
apartada de los temas que conciernen a la dominación racial y étnica. En
efecto, la naturaleza étnica y de clase social de la "teoría de los dos
ojos" es en parte una reacción en contra de los puntos de vista racionales
copian modelos de la modernidad, sean capitalistas o socialistas para
comprender la realidad. El katarismo propone, en cambio un movimiento que va en
la dirección opuesta: proveer un conocimiento social del colonialismo interno
desde la experiencia vivida, sin marcos teóricos prestados que debamos
previamente satisfacer. El katarismo de Cárdenas ubica su política de
conocimiento en la propia realidad, en el mundo de la experiencia vivida. Al
complementar la teoría con la praxis local, Cárdenas da primacía percepción
real de las cosas. Si la ingeniería institucional entiende las sociedades desde
modelos abstractos de gobernabilidad, el katarismo moderado combina esos
modelos abstractos de racionalización occidental con la lectura cultural de la
realidad concreta. En este proceso, la "teoría de los dos ojos"
modifica el cartesianismo racionalista del "ojo mental". Diré algo
más este asunto antes de concentrarme en el Mallku y en la propuesta del
katarismo radical.
Comparada
con la teoría racionalizadora del "ojo mental", en la "teoría de
los dos ojos" el modo "riguroso y científico" de volcar el
"afuera" objetivo y fríamente teórico en el "adentro"
intersubjetivo de la sociedad estudiada, queda significativamente modificado. En
efecto, el proceso no radica ya en la interpretación de la realidad a través de
las consabidas abstracciones de clase social, sino en la
"experimentación" de los elementos concretos y cotidianos de la
etnicidad. Con este procedimiento ‑que llamo (Pág.13) "carnal",
y lo opongo a la aproximación "esquelética", estructural, de la
ingeniería social (Sanjinés 1999)‑ la "teoría de los dos ojos"
se mueve más allá de la interpretación estrecha del cuerpo social como un
objeto susceptible de ser analizado sólo desde el "afuera" mental y
fríamente racional. La centralidad otorgada a la subjetividad étnica permite
ver que lo social no puede ser pensado como el objeto de estudio de
instituciones abstractas, sino como una estructura intersubjetiva concreta que
se reproduce en el actuar cotidiano de los seres de carne y hueso. Lo
"carnal", por tanto, cobra sentido en los "lugares" en los
que las poblaciones indígenas son medio y fin de su propio pensar y sentir
comunitario. Este movimiento, que no va de la abstracción institucional a la
realidad concreta, sino que parte de la intersubjetividad concreta para después
plasmarse en política abstracta, muestra que el sujeto‑cuerpo de la
comunidad nace del actuar concreto y no de un "a priori" racional
trascendental. Este es el mensaje epistemológico de la "teoría de los dos
ojos", y el punto de partida de una sociología carnal que se distancia de
los intentos de gobernabilidad abstracta impuestos por la ingeniería social. Déjenme
ahondar un poco más en este asunto.
La
"teoría de los dos ojos" cuestiona los modelos de la modernidad
dedicados al análisis exclusivo de la ingeniería institucional. Como sociolinguísta
que es, Víctor Hugo Cárdenas, conocedor de pluralidad étnica y cultural de
Bolivia, está también interesado en la ligazón entre subjetividad e identidad. Otros
intelectuales aymaras como Roberto Choque, Esteban Ticona y María Eugenia
Choque, cuestionan los enfoques "verticales" que sólo ven las
mediaciones institucionales (sindicatos, partidos políticos, etc.) entre el
Estado y la sociedad civil. Los intelectuales indígenas introducen en sus
análisis nuevas prácticas "horizontales" de lo cultural que buscan
trascender las distinciones entre lo oficial y lo popular. De este modo,
emergen hoy en día nuevas interpretaciones de lo social que redefinen la
agencia política desde las más recientes perspectivas postcoloniales. Como
señala Xavier Albó: "no dudamos de la necesidad de continuar el análisis
social desde posturas de clase.. . pero debemos también cuestionar (Pág.14)
seriamente la exclusividad de dicho análisis. Es como un esqueleto sin carne. A
fin de delinear nuestra identidad, la silueta es tan importante como el
esqueleto. . ." (Albó 1995, 20)
¿Cómo
modifica Albó la racionalización abstracta de la ciencia política? El estudio
de las instituciones fundado en el análisis de clase resulta ser poco dúctil
cuando busca explicar la crisis de capitalismo de Estado como proyecto
incompleto de la modernidad boliviana. Si Albó está en lo correcto, deberíamos
poner igual atención en esos otros aspectos sociales y culturales relacionados
con los estudios de etnicidad y de género. Estos nuevos aspectos de la vida
cotidiana, a menudo dejados de lado por la politología, son parte fundamental
de lo que Albó llama "la silueta". En lo hechos reales, la imagen del
"esqueleto" que caracteriza la estructuras políticas de la sociedad
organizada en clases sociales, no explica los otros aspectos cotidianos de la
sociedad contemporánea. Como Albó lo sugiere, la naturaleza étnica y de clase
de la "teoría de los dos ojos" es, en parte, una manera de reaccionar
en contra de puntos de vista racionales que interesan casi con exlusividad a
las ciencias sociales (1987, 402). En tal sentido, y desechando la posibilidad
de interpretar la sociedad boliviana a partir de un modelo de modernidad
prestado, la intelectualidad aymara usa "ambos ojos" para aproximarse
a la realidad casi a "contrapelo". En efecto, se trata de interpretar
la sociedad desde su experiencia vivida, dejando así de lado la experiencia
abstracta de la teoría que proviene de los centros metropolitanos de
conocimiento.
La
mirada que Víctor Hugo Cárdenas tiene de la naturaleza multicultural y
plurilingue de la sociedad boliviana queda ejemplificada en la metáfora
corporal de Xavier Albó. Ciertamente, su vigilar con "ambos ojos"
ubica la fuente del conocimiento en el actuar concreto. Podríamos decir
entonces que Cárdenas es un analista de la experiencia vivida que busca la
explicación carnal de los hechos sociales. De este modo, si la ingeniería
social se ocupa solamente del esqueleto del cuerpo social, Cárdenas adopta el
punto de vista carnal para subvertir esa racionalización occidental que se
empecina en lograr sólo explicaciones claras de (Pág.15) lo que en la realidad
es opaco, confuso y "abigarrado". Así, la "teoría de los dos
ojos" modifica la racionalidad cartesiana del "ojo mental". Veamos
este aspecto antes de contrarrestar la sociología carnal de Víctor Hugo
Cárdenas con la "visceralidad" del katarismo radical que hoy día
señala al Mallku como su principal exponente.
Chris
Jenks, quien estudia la centralidad del ojo en la cultura occidental, muestra
que la cultura visual pone hoy en aprietos a la teoría social. Escribe Jenks
que "en Occidente hemos llegado a aceptar que la mirada fija del `ojo
mental' ofrece el único modo de ingreso en la realidad del mundo exterior. Por
ello el `ojo mental' se confunde con el conocimiento" (1995, 1). En sus
estudios sobre el proceso fijo del conocimiento occidental, Martin Jay también
afirma que el privilegio epistemológico del "ojo mental" le da a éste
la posibilidad de ser al mismo tiempo el medio más importante de comunicación
social, y la puerta de acceso a todo el tesoro simbólico acumulado en el tiempo
(Jay 1993, 125). Por este motivo, el mundo moderno es percibido como un
fenómeno que combina la idea cartesiana de la "substancia mental" con
el "proceso mental" de John Locke. Esta poderosa combinación permite
el conocimiento "riguroso" y "científico" de la realidad
social, bajo el predominio del "ojo mental" (Jay 1993, 75).
Como
dijimos líneas arriba, la teoría racional del "ojo mental" queda
conflictuada por la "teoría de los dos ojos". Puesto que el proceso
de conocimiento no depende exclusivamente de la "mente activa" del
investigador social, quien no puede ya moldear la realidad con abstracciones
teóricas que dejan de lado la experiencia viva y concreta de lo local, la
"teoría de los dos ojos" se mueve más allá del conocimiento estrecho
del cuerpo social como "objeto de conocimiento". La centralidad dada
a la intersubjetividad étnica modifica la explicación exclusivamente
institucional de los hechos sociales. Esta se mantiene dentro de la
epistemología cartesiana fundada en el "cogito" del centrismo ocular.
Como metáfora social, el "esqueleto" descrito por Albó ayuda a los
politólogos a concentrar sus estudios en la relación vertical del Estado con su
sociedad. Por el contrario, la silueta carnal introduce (Pág.16) la naturaleza
"ondulatoria" y cambiante de la etnicidad. Esto implica la subversión
del "cogito" cartesiano, el cual entrega conocimiento al prejuicio
logocéntrico del "ojo mental". En consecuencia, tanto Albó como
Cárdenas ven la necesidad de repensar lo social con "los dos ojos"
puestos en lo étnico y en lo institucional.
En
la práctica, sin embargo, las insuficiencias de esta "teoría de los dos
ojos" se vuelven una inquietante realidad. Aunque queda modificado el
proceso de conocimiento que va de "afuera" a "adentro", el
"modus operandi" de esta teoría parece no ser suficientemente
equilibrado porque, en su "entronque" con el Estado neoliberal, el
katarismo de Cárdenas pierde autonomía. Así, moderada por la fuerza de los
acontecimientos que dan primicia a la construcción estructural y esquelética de
la gobernabilidad, la lucha contra la opresión queda significativamente
disminuida. Parecería que Cárdenas, quien practica la moderación, no falla la
identificación de los síntomas, pero que se queda corto en encontrar los medios
para erradicar el mal. Parecería también que al aceptar el "Plan de
Todos", el katarismo de Cárdenas hubiese cerrado uno de los ojos y que
estuviese observando la realidad desde el centrismo monocular del estado
neoliberal. En hechos, y con su paso por el poder como aliado del
neoliberalismo, Cárdenas aceptó la construcción del estado moderno como única
opción valida para la Bolivia contemporánea. Es éste el centro de la discordia
entre la visión moderada de Cárdenas y la respuesta violenta del katarismo
radical.
3. La visceralidad del Mallku
Conocido
como uno de los líderes más interesantes del movimiento indígena, Felipe Quispe
Huanca, alias "el Mallku", es figura importante de la política
actual. Aunque a los katarismos les haya ido bien en las elecciones
presidenciales, las figuras de Víctor Hugo Cárdenas y de Felipe Quispe han
crecido en la última década, sin importar las posiciones encontradas que ellos
representan. El Mallku, quien es uno de los más activos miembros del (Pág.17)
katarismo radical, y quien liderizó hasta las más recientes elecciones la
Central única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), adopta una
posición políticamente marginal que afecta no solamente las posibilidades
moderadas del katarismo de Cárdenas, sino todo el espectro político de la
sociedad boliviana.
Al
venir de un pasado violento que incluye la fundación de los "Ayllus
Rojos" y la creación del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) al final
de la década del 80, la ideología del katarismo radical justifica la promoción
de un "estado de los trabajadores y la unión socialista de las naciones
oprimidas". El Mallku señala que "Tupac Katari vuelve en todos y cada
uno de los comunarios armados" (Archondo 2000, 126) y asegura el cambio
radical y violento de la sociedad. Con la mezcla del extremismo indígena y de
la lucha de clases, el katarismo de Felipe Quispe apela a aymaras, a quechuas,
y a otras naciones indígenas para la creación de una nueva madre patria, la
"Unión de las Naciones Socialistas del Qullasuyu", bajo la égida del
colectivismo y del comunitarismo.
Como
no pudo ser de otra forma, el estado nacional se protegió de la violencia de
este discurso desarticulando la guerrilla a principio de los años 90. Sin
embargo, Felipe Quispe, quien estuvo encarcelado casi tres años, tiene hoy día
la fuerza suficiente para neutralizar el multiculturalismo de Víctor Hugo
Cárdenas. Los acontecimientos de la insurgencia aymara más reciente son claro
índice de que Quispe puede paralizar la nación. Y, como veremos más tarde en
este trabajo, hay particular interés por parte de los intelectuales mestizo‑criollos
en neutralizar este katarismo violento que, según el propio Quispe, busca
barrer con las ideas occidentales, con el capitalismo individualista y con el
racismo criollo. En las páginas que siguen, centro mi análisis en editoriales y
en comentarios periodísticos porqué los periodistas son portavoces de los sectores
mestizo‑criollo dominantes que, como aquí intento mostrar, tienen gran
dificultad en explicar la ambiguedad y la radical impermanencia del discurso
subalterno.
No
nos equivoquemos en pensar que no hay coincidencias entre los dos katarismos. Moderado
o radical, ambos convergen en su rechazo de la construcción mestizo‑criolla
del Estado (Pág.18) nacional. El katarismo de Cárdenas combate dicha
construcción desde "adentro", y sigue las reglas de juego del sistema
político establecido. El Mallku combate desde "afuera", desde su
activismo radical que, por ahora, parece tener éxito en la obtención de
resultados insospechados para la vía pacífica del sindicalismo. Como podemos
ver, la convergencia inicial pronto se convierte antagonismo irreconciliable. Dentro
del sistema, Cárdenas termina promocionando un multiculturalismo muy a tono con
políticas neoliberales que subvierten su propia "teoría de los ojos".
El Mallku, por otra parte, quien ha modificado el indigenismo, originalmente el
indigenismo de Fausto Reinaga, con el discurso izquierdista de la lucha de
clases, radicaliza el discurso katarista, apartándolo del sistema establecido
de representación política. Esto quiere decir que la fuerza del katarismo
radical proviene de la subversión del "status quo" y de su capacidad
rearticulatoria como movimiento autónomo en los márgenes del sistema político. Este
posicionamiento le permite al katarismo superar la mera formalidad
multicultural, e incidir, positiva o negativamente según quien sea el que
juzga, en la práctica política cotidiana.
Como
ya lo dije líneas arriba, lo que aquí explico puede ser ejemplificado con las
afirmaciones bastante recientes de periodistas y de comunicadores. Me permito
presentar dos aspectos que el periodismo encuentra particularmente molesto en
el discurso del Mallku: uno tiene que ver con su radical ambiguedad; el otro
con su "pedagogía al revés", particularmente en su afirmación que hay
que "indianizar al q'ara ", y poner de cabeza la construcción
criollomestiza de la nación. Mi fuente de observación es el semanario Pulso
(octubre 13‑19, 2000), tanto en su editorial (2000, 7), como en la
entrevista que el Mallku ofrece a este periódico, bajo el título "Hay que
indianizar a los q'aras" (2000, 9‑11).
Pulso
cuestiona el extremismo del Mallku. ¿Porqué, se pregunta el editorial, este
líder aymara tendría que apartarse del sendero y negar la construcción del
Estado moderno? Un Estado, de acuerdo con el editorial, que necesita
"inscribirse dentro de las formas occidentales de la democracia liberal y
de la promoción de las virtudes unificadoras del mestizaje". El editorial
también (Pág.19) encuentra confusas las respuestas de Felipe Quispe. Si en
abril, el líder aymara había afirmado que "el mestizaje me da asco",
ahora afirmaba, de manera más cautelosa, que no era racista, que se apartaba
del racismo occidental, fundamentalmente del nazismo, y que tampoco estaba en
contra de los mestizo‑criollos. Aunque el editorial acepta el reciente
apelativo dado a la sociedad boliviana como constitutiva de "dos
Bolivias", "una dando la espalda a la otra. Una, dominante,
exclusiva, próspera, y racista; la otra, explotada, empobrecida,
atrasada", el periodismo de Pulso continúa promoviendo un "pluralismo
sin exclusiones, diverso, contrario al racismo. El mestizaje es naturalmente
bueno y debe ser facilitado y promovido".
Como
yo lo veo, las propuestas criollo‑mestizas de construcción de la
modernidad y las afirmaciones, por cierto debatibles, del Mallku, ajenas a la
ingeniería social y a la búsqueda de la gobernabilidad, están incomunicadas. Mientras
el editorial de Pulso se muestra juicioso en postular el pluralismo y la
solución histórica del mestizaje, el Mallku ve las cosas desde un prisma
diferente, desde una posicionalidad que se resiste a enmarcar a los aymaras y a
otras nacionalidades dentro de la narrativa histórica occidentalizada. Una
narrativa, debo añadir, que reifica lo indio bajo la tutela de lo mestizo. De
este modo, el editorial ‑lo mismo puede decirse de la entrevista‑
retiene la urgente necesidad de enmarcar al Mallku, de traducirlo para la
comprensión racional de su público lector occidentalizado. El Mallku, por su
parte, escapa con estudiada ambiguedad de la trampa discursiva que se le
tiende.
Cuando
afirma que "hay que indianizar a los q'aras"' a fin de corregir las
injusticias cometidas en contra de las nacionalidades indígenas, el Mallku está
poniendo "cabeza abajo" toda la construcción metafórica de lo
nacional. En efecto, el Mallku está leyendo negativamente la construcción del
mestizaje, una de las narrativas dominantes de la historia boliviana. Para el
Mallku, es de vital importancia que los indios "piensen con sus propias
cabezas" (2000, 7) y no con ideas prestadas que vienen del pensamiento
criollo‑mestizo y de su fracasada construcción del (Pág.20) Estado‑nación.
A mi manera de ver, el Mallku ubica estratégicamente la construcción visual de
la Bolivia moderna bajo un cuerpo mestizo idealizado, y, luego, procede con la
reubicación de la metáfora (ahora cabeza abajo) a fin de dar la percepción
subalterna de la sociedad. Veamos este aspecto importante de la entrevista
concedida al periodista que, aparentemente, no se cuenta de esta posicionalidad
subalterna.
Uno
de los aspectos que más llama la atención en la entrevista es la definición que
el Mallku da de los aymara. "Porque somos "janiwa"
("no" en aymara), dice él, "sabemos movernos estratégicamente,
sabemos organizarnos y sabemos retener nuestra autonomía moral" (2000,
10). ¿Qué está negando el Mallku con este "janiwa"? Claramente la
nación homogénea que, desde los escritos pedagógicos de Franz Tamayo, está
pensada con la cabeza ajena de criollos y de mestizos occidentalizados. Por eso
el Mallku, preguntado sobre si la indianización de los "q'aras"
implica repensar el Estado‑nación y la revolución del 52, da una nueva
visualización del problema cuando señala que la reificación cultural de las
identidades indígenas no pertenece exclusivamente ni a la Revolución de 1952 ni
a la construcción del "nacionalismo revolucionario". Para el líder
katarista, el mestizaje se retrotrae a los intentos pedagógicos de construcción
nacional que inicia Franz Tamayo durante las primeras décadas del siglo XX. [(Nota
3.‑ "Tamayo identifica la moral boliviana y la energía vital de su
pueblo en la fuerza corporal de la población indígena. Es la musculatura del
indio que retiene "noventa por ciento energía nacional" ([1910] 1975,
72). "Constructor de su propia casa, cultivador de su propia tierra,
tejedor de su propia ropa, hacedor de sus propias herramientas. . .el indio
verdadero depositario de la energía nacional" (71). Para Tamayo,
"Ruskin, Schopenhauer y Poincaré deberían haber celebrado esta
superioridad moral aymara. . " porque "los fundamentos de la
superioridad moral residen en la superioridad física de la raza indígena"
(143). Pero a pesar de "las magníficas condiciones morales que siempre han
caracterizado a los indios aymara", su gran "voluntad" no puede
compararse a su "pensamiento" (153). Por cierto, "la separación
entre cabeza y pensamiento no ha tenido lugar en el cráneo de los aymaras. Los
indios permanecen sin usar la cabeza" (114). En consecuencia, y al
construir su metáfora, Tamayo da a la inteligencia mestiza (en realidad, su
propia inteligencia) un rol preeminente en la representación corporal de la
realidad. "La inteligencia", escribe Tamayo es lo que los mestizos
heredaron de sus antecesores blancos" (113). Luego indica que "antes
de que entraran en contacto con el pensamiento occidental, los mestizos tenían
ya una (Pág.21) inteligencia innata' (113). Para Tamayo, "el pensamiento
mestizo, que es el único que existe seriamente en América, es totalmente
europeo. Puede ser infantil y desorganizado, pero existe. Y decimos que es el
único, porque los indios, debido a razones sociales, económicas y educativas,
no piensan" (114). Sin embargo, la inteligencia mestiza está desprovista
de voluntad. Es por eso que, falta de carácter, la cabeza mestiza tiene gran
necesidad de la musculatura indígena. Sólo esta fortaleza puede infundir en la
inteligencia mestiza la necesaria pasión y determinación. Aún más, sólo la
musculatura indígena y su energía vital pueden controlar el tejido mestizo y
evitar que degenere en los excesos grasos de la fisiología chola. Con esta
metáfora corporal, el mestizaje termina siendo una irracional y poco maleable
"ley étnica' (109)". (Pág.21)
Con
su propuesta de indianizar a los "q'aras", el Mallku se ubica en esa
línea revisionista de la historia que lee en los intersticios de las
prestigiosas interpretaciones de conocidos historiadores. En efecto, la
posicionalidad del Mallku no considera la Revolución de 1952 particularmente
ilustrativa en lo que al mestizaje se refiere. Por el contrario, va hasta la
Creación de la Pedagogía Nacional para ubicar la metáfora visual con que los
sectores dominantes reformistas de principios de siglo atribuyen a los
dominados su fraguada identidad. "Mira", dice el Mallku, "la
incorporación de los indios al sistema no comienza el 52." Y añade,
"debes leer a Franz Tamayo porque ahí está la fuente del mestizaje. Tamayo
nos quita nuestra ropa y nos viste como mestizos: hemos estado viviendo con
ropa prestada desde entonces. Pero no podemos seguir viviendo burlados para
siempre. Sabemos que esa ropa no nos pertenece, aunque mucho insistan algunos en
seguir usando corbatas y pareciéndose a los chanchos gordos. Debajo son indios
y seguirán siéndolo" (2000, 10). Estas afirmaciones no pueden ser más
visuales, y entrañan una percepción conflictiva de la modernización,
cuestionando abiertamente la construcción histórica del mestizaje.
¿Qué
implica la propuesta de "indianizar al 'q'ara "? Modo de descentrar
el mestizaje y su tiempo histórico, la propuesta vuelca la metáfora tamayana y
exige del subalterno una pedagogía radical, una "pedagogía al revés"
que empuja al indio a "despensar" la sociedad, a rechazar la
inteligencia mestiza y a "usar la cabeza propia" (entrevista al
Mallku en Pulso 2000, 9). Como Dipesh Chakrabarty ha observado recientemente
para el contexto de la (Pág.22) India (Chakrabarty, 2000), esta politización
del subalterno, su llegada a la madurez, produce gran ironía en la historia de
lo político porque nos reta a repensar el historicismo como regalo conceptual
de la modernidad. [(Nota 4.‑ "Debo aclarar la razón por la cual
introduzco acá el pensamiento de Dipesh Chakrabarty. Historiador de la moderna
Asia del Sur, dedicado a temas de la subalternidad, Chakrabarty, acaba de
producir un texto muy interesante sobre el impacto que tiene el pensamiento
postcolonial en las ciencias sociales (ver Chakrabarty 2000). A Chakrabarty le
preocupan los problemas que plantea el pensamiento occidental cuando se lo
aplica a lugares como la India, y se intenta explicarlos con las categorías de
la moderna ciencia social y, en particular, de la historia europea. Cómo hacer
historia a la europea implica desencantar el espacio y secularizar el tiempo,
las explicaciones "modernas" aplicadas a lugares todavía mítico‑religiosos,
en transición al capitalismo, resultan ser insuficientes e incompletas. Guardando
las distancias espacio‑temporales, me parece que a la explicación
"moderna" que Tamayo da del mestizaje le sucede el mismo vacío que
Chakrabarty encuentra en la historiografía europea aplicada al tercer mundo: es
una solución ajena incompleta, que impide pensar con "cabeza propia".
Lo interesante es que la sensibilidad subalterna del Mallku percibe este
impasse directamente desde la lucha anticolonial, sin necesidad de recurrir a
explicaciones ultrasofisticadas como las de Chakrabarty. En tal sentido, no
pretendo que Chakrabarty sea un modelo explicativo de la lucha anticolonialista
del Mallku, sino que ambos se asemejan porque operan desde la "diferencia
colonial". De todos modos, Chakrabarty nos ofrece una herramienta
analítica que debe ser puesta a prueba por el actuar concreto del movimiento
subalterno. En tal sentido, introducimos algunas críticas a sus muy sugerentes
ideas en la parte final de este ensayo"). Veamos el por qué de este
repensar.]
El
historicismo se ciñe a la idea de que comprender algo implica ubicarlo primero
como una unidad, y luego, como unidad en su desarrollo histórico. La mirada
crítica del mestizaje, la mirada ahistórica del Mallku, va en contra de la
noción de que el tiempo histórico es la medida de la distancia cultural que uno
asume debe existir entre el Occidente y el no‑Occidente. En este sentido,
el mestizaje de Tamayo, que aplica formas occidentales de representación (la
mirada schopenhaueriana o la reflexión histórica de Toynbee, por ejemplo) a la
interpretación de la realidad boliviana, no rompe con esa regla que dice
"primero en Europa, después en otra parte" (Chakrabarty 2000, 7). Este
historicismo es sólo una versión local de la misma narrativa que reemplaza
"Europa" (Nietszche, Schopenhauer, Toynbee, entre otros pensadores que
ejercen su influencia en el pensamiento de Tamayo) por el mestizaje ideal como
centro de la construcción local. Y, como no podía ser de otro modo, este
historicismo guía también el pensamiento criollo‑mestizo de nuestro
periodismo.(Pág.23)
Es
interesante notar que el editorial de Pulso ubica el mestizaje dentro del
tiempo histórico. Al afirmar que el mestizaje es un "proceso natural
provechoso, en Bolivia como en todo el mundo, y hay que dejarlo transcurrir,
facilitándolo" (2000, 7), el editorial hace del tiempo una necesidad, e
implica que las demandas del Mallku deben ser temperadas por la razón
histórica. La reflexión del editorial se mueve de manera parecida al modo que
Chakrabarty, siguiendo a Johannes Fabian, llama "el rechazo de las
equivalencias" (8). En efecto, al emplear el mestizaje como argumento en
contra de las demandas radicales del Mallku, el pensamiento criollo‑mestizo
sigue, consciente o inconsciente mente, su razonamiento occidental para decir
"todavía no" a las demandas de los aymaras. En los hechos, ese
"proceso natural provechoso" implica que los indios deben seguir lo
que Tamayo llamó "proceso ascendente". Lo que quiero decir aquí es
que hay un modo encubierto de decir que aymaras, quechuas, y otras identidades
nacionales, no están "todavía" suficientemente modernizadas para
autogobernarse. Un tiempo histórico de desarrollo y de modernización (vuelve el
argumento pedagógico) debe "todavía" transcurrir para que los indios
estén preparados a asumir el autogobierno. Pero el Mallku se resiste a ser
enviado nuevamente a la sala de espera de la historia. Responde, entonces, con
un rebelde "ahora, carajo" que el katarismo moderado de Cárdenas
parece haber olvidado, un "ahora" que marca a todos los movimientos
populares en pos de la democracia, particularmente al de las clases subalternas
tercermundistas.
4. Contribución epistémica y
política de la subalternidad
Quiero
ahora hacer algunas observaciones finales en torno al katarismo, al mestizaje y
a las geopolíticas de conocimiento. Los letrados del siglo diecinueve y
principios del veinte eran, por supuesto, herederos y continuadores de una
tradición colonial que forjó su estructura del poder local en torno al
antagonismo histórico entre blancos europeos, por una parte, y las poblaciones indígenas
y negras, por la otra. Como consecuencia de ello, los grupos sociales
dominantes, criollos o mestizos que ascienden en (Pág.24) la escala social
desde el siglo dieciocho, se pusieron a construir sus identidades bajo la
secante influencia europea. No cabe duda de que la identificación con Europa
fue conflictiva porque criollos y mestizos cedieron las sociedades americanas
al poder político de Europa y a las exigencias de una "lógica"
histórica ajena. Aníbal Quijano ha identificado las distinciones y las
discriminaciones raciales que vienen desde la Colonia como el centro mismo de
la "colonialidad del poder" (1997, 137‑140). Esta colonialidad
condiciona hasta el día de hoy la dependencia históricoestructural de nuestras
sociedades.
Criollos
y mestizos se dedicaron también a establecer las relaciones entre los
"centros" del mundo colonial capitalista y la "periferie"
de las sociedades coloniales, de modo tal que representaran sus propios
intereses económicos. En otras palabras, mestizos y criollos consideraron las
relaciones desiguales entre los centros y las periferias como una "unidad
histórica" que podía ser interpretada homogéneamente desde ambos lados del
sistema capitalista, a pesar de las disparidades existentes y de la naturaleza
heterogénea de nuestras sociedades. Tanto la colonialidad del poder, como la
dependencia histórico‑estructural, implican la hegemonía del
eurocentrismo como la geopolítica de conocimiento dominante.
Fue
en el marco de este eurocentrismo que los letrados bolivianos escogieron los
dos únicos caminos que el colonialismo permitió a los constructores de la
nación: por una parte, la imitación irrestricta de modelos europeos, a cargo de
hombres de letras como Alcides Arguedas; por otra parte, la representación
selectiva y diferenciada de la realidad, a cargo de reformistas como Franz
Tamayo, quien plasma en sus escritos fundacionales la síntesis local de la
voluntad indígena y del pensamiento mestizo occidentalizado. En efecto, esta
síntesis, versión local del discurso teleológico europeo, apunta
inevitablemente a la homogenización cultural. Harto conflictiva, esta
homogenización borra la "diferencia colonial", la elimina. Así, el
mestizaje cultural obvia la diferencia socio‑cultural de la sociedad
boliviana cuando se esfuerza en ocultar la resistencia de los grupos
subalternos, particularmente del movimiento katarista radical más reciente. (Pág.25)
El
katarismo desplaza el mestizaje y modifica la visualización de la sociedad a
través de la "teoría de los dos ojos". Sin embargo, si el katarismo
moderado parece haber concluido su participación política olvidando las
contradicciones que generan la "diferencia colonial", el katarismo
radical de Felipe Quispe retiene esta diferencia en el centro mismo de su compromiso
político. Esto quiere decir que la "diferencia colonial", la ruptura
epistemológica entre criollo‑mestizos, por un lado, y el complejo mundo
cholo‑indio, por otro, le sirve al katarismo para argumentar en contra
del "colonialismo interno" existente en la sociedad boliviana, para
denunciarlo abiertamente. Pero mantener vivas las contradicciones que generan
la "diferencia colonial" también da a los movimientos indígenas más
rebeldes la posibilidad de trascender dicha diferencia, de superar la
homogeneidad impuesta, de abrirle el paso a la autonomía de lo pluricultural,
de lo diverso.
El
reconocimiento de la "diferencia colonial" también le permite al
Mallku sostener su "conciencia negativa". En efecto, es esta
conciencia que distancia a la subalternidad de la conciencia de su opresor
criollomestizo. Sería, sin embargo, un profundo error creer que esta conciencia
aparta al subalterno de la modernidad. Al afirmar que no tiene nada en contra
del mundo moderno y de su tecnología, pero que este mundo puede también
beneficiarse de los conocimientos locales de las comunidades indígenas, el
Mallku es un "otro" colonial ambivalente, un "híbrido" que
nos obliga a repensar el sentido de la modernidad en los espacios noeuropeos. En
efecto, es cuestión de observar la facilidad con que el Mallku se desplaza en
dos mundos contrastantes, el mundo secular moderno y el mundo sagrado pre‑moderno,
que nos lleva a cuestionar las categorías un tanto rígidas de Dipesh
Chakrabarty. Estas categorías apartan al mundo secular europeo del mundo
sagrado de las sociedades periféricas menos desarrolladas.
Chakrabarty
tiende a asumir que las conciencias subalternas de las sociedades periféricas
son conciencias ónticas premodernas esencialmente puras. Si bien es cierto que
la lógica eurocéntrica aplicada de los espacios periféricos sufre un fuerte
(Pág.26) sacudón ‑Chakrabarty habla de "impedimento trágico"‑
porque su "tiempo histórico lineal" no coincide con sistemas
valorativos míticos premodernos, Chakrabarty deja poco explorada la posibilidad
de que tanto lo moderno como lo pre‑moderno puedan ser dominios de
conocimiento híbrido ¿Acaso Chakrabarty no le quita al subalterno la vitalidad
que éste necesita para comprenderse sí mismo, y le niega la capacidad de
interpretar la modernidad desde sus propios términos? Creo que este
procedimiento "transculturador" se encuentra en el Mallku cuando
señala que se debe "indianizar al q'ará ". Veamos esta afirmación por
última vez.
Las
teorías a propósito del mestizaje se prestan la visión occidental, la lógica
europea, para construir las naciones dependientes. Atado al pensamiento
eurocéntrico, el mestizaje "indispensable pero inadecuado" ‑son
los términos que Chakrabarty emplea para describir la aplicación de lo europeo
a sociedades pre‑modernas‑ porque, entre otras limitaciones esconde
la "diferencia colonial" ¿No ha llegado el momento de denunciar la
presencia intrusa del mestizaje como matriz de lo nacional? Esto es
precisamente lo que "indianizar al q'ara" significa en lenguaje
subalterno. Es el modo de registrar la modernidad desde el sistema de creencias
pre‑moderno. Y la intervención indígena en el desarrollo de la modernidad
constituye lo que denominamos "mestizaje cabeza abajo".
El
"mestizaje cabeza abajo" se aparta de la propuesta ofrecida por
Chakrabarty porque incluye la intervención mítica y sagrada de lo subalterno en
el desarrollo de la modernidad criollo‑mestiza. El Mallku nos muestra el
modo en que la modernidad es ahora interpretada por la contra lógica
subalterna. De este modo las narrativas indígenas y las narrativas criollo‑mestizas
que siguen la lógica europea, no se dan en una sola vía, sino en un permanente
ir y venir transculturador. En esta relación simbiótica, los conocimientos
subalternos solamente pueden ser interpretados si se toma en consideración el
negociar constante de las dos lógicas: la lógica secular del tiempo lineal y la
lógica sagrada del tiempo recurrente. En su reciente libro sobre la escritura y
la violencia en la conquista española de las Américas durante el siglo
dieciséis (Pág.27) José Rabasa también observa oportunamente que Chakrabarty
excluye la posibilidad de que los subalternos aprendan a contar historias en el
tiempo secular. ¿Puede uno dudar por un instante de que el Mallku vive de ambos
tiempos: el tiempo de los dioses y el tiempo de la historia? Francamente, no lo
creo. Los más recientes movimientos indígenas en Bolivia nos enseñan que la
subalternidad es una constante negociación entre los conocimientos sagrados del
pasado y las imperiosas necesidades seculares del presente. (Pág.28)
Referencias ‑‑Albó, Xavier. 1987. "From MNRistas to Kataristas to Katari" Resistance, Rebellion, and Consciousness in the Andean Peasant World, editado por Steve J. Stern. Madison, University of Wisconsin Press. ‑‑Archondo, Rafael.
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Educación y Cultura. 1987. Reforma de la educación. La Paz, Editorial
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1993. El Plan de Todos. Propuesta del gobierno MNR‑MRTKL, La Paz. ‑‑Sanjinés,
Javier. "The Skeletal, the Carnal, and the Visceral: Metaphors We Live By
in Contemporary Bolivia". Disposition 21: 183‑218 ‑‑Tamayo, Franz. [1910]
1975. Creación de la pedagogía nacional, 3a. ed. La Paz: Biblioteca del
Sesquicentenario de la República. (P.29)
Publicado por: Cuadernos de Literatura No.36 Publicación de la Carrera de
Literatura Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación Universidad Mayor de San Andrés |