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Lunes 24 de marzo del 2014


LOS MALAGRADECIDOS

Por Hernán Maldonado

En los años 70 Venezuela se convirtió en refugio de miles de perseguidos políticos por las dictaduras militares que asolaron el subcontinente. Hoy, Venezuela, lucha solitaria por reconquistar la democracia, porque sus "amigos" de ayer miran para otro lado las atrocidades del régimen de Nicolás Maduro.

Venezuela "no es una dictadura porque tiene un gobierno democráticamente electo", dice el canciller chileno, Heraldo Muñoz. Quizás no lee diarios ni ve televisión porque diariamente se documentan las inconstitucionales violaciones a los derechos humanos en ese país.

Los actuales gobernantes chilenos, fueron los más protegidos por Venezuela durante la dictadura de Pinochet. Muchísimos de sus exiliados fueron empleados por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, hallaron trabajo como docentes en las universidades y se les alentó para que recuperaran su democracia.

El gobernador de Caracas, Diego Arria, fue enviado a Chile por Pérez y consiguió la libertad de personalidades del Partido Socialista, que gemían en las ergástulas pinochetistas. Las puertas del asilo estuvieron abiertas para miles de exiliados bolivianos, argentinos, uruguayos, brasileños, etc.

Pérez se jugó entero, inclusive con ayuda material, para que los sandinistas derrocaran en Nicaragua la tiranía de Anastasio Somoza. Ahora el sandinismo gobernante impidió que el Consejo de la OEA escuchara el pasado viernes a la diputada María Corina Machado, que llegó ahí invitada por Panamá.

La OEA, que una semana antes ya había dado un indisimulado respaldo a Maduro, volvió a darle el espaldarazo, primero aprobando a petición de Nicaragua, que la sesión fuera "privada" -sin prensa-y luego quitando de la agenda la eventual participación de Machado.

El que un país invite a alguien exponer sus puntos de vista en el Consejo no es novedad. Venezuela le había dado ese derecho al ex presidente de Honduras Manuel Zelaya, tras ser depuesto de su cargo. En esa ocasión nadie se opuso y su intervención fue pública.

El embajador de Venezuela en la OEA, Roy Chaderton, se ufanó que se acallara a Machado y refiriéndose al voto de 22 países que le apoyaron, dijo que el fallecido presidente Hugo Chávez había dejado su país "bajo un anillo de protección internacional".

Claro, entre los que votaron por acallar a Machado estuvieron Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, que son los que más petrocheques chavistas recibieron, así como esa cadena de islas-países antillanos que conforman PetroCaribe, beneficiarios de crudo venezolano a precios preferenciales.

Maduro, por su parte, dijo que en la OEA se había derrotado la "injerencia extranjera" en los asuntos internos de Venezuela, olvidando que fue el principal injerencista al servir incluso de chofer, siendo canciller venezolano, para que Zelaya intentara reingresar a su país.

También se le olvidó el triste papel que tuvo tras el derrocamiento constitucional en Paraguay del presidente Fernando Lugo cuando, también como canciller de Chávez, abiertamente exigió a los militares de ese país que repusieran en su cargo a éste.

Hoy Venezuela sabe que está sola, pero no está derrotada. El sábado la OEA y los "malagradecidos" vieron la respuesta. Decenas de miles de venezolanos, como jamás ha ocurrido en este país, salieron a las calles en una docena de ciudades para exigir libertad, paz, pan, seguridad.

Desde que comenzaron las protestas, el 12 de febrero, 34 venezolanos han muerto, hay medio millar de heridos y 1.800 detenidos. Los testimonios de las graves violaciones a los derechos humanos recorren el mundo por las redes sociales y así es muy difícil que triunfe la maldad.