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EN BOLIVIA LA RETARDACION
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No reclamaban, como en Brasil, Argentina, Colombia, Perú y Venezuela, por sus deplorables condiciones de prisión - parecen resignados a ellas - sino por la retardación de justicia. Hay centenares de internos cuyos procesos se mantienen empolvados desde hace años, otros que han cumplido sus sentencias y siguen presos, y muchos más con sólo el auto de detención.
No faltan aquellos que ni siquiera saben porqué están en una cárcel.
Hace unos años me supo a verdadera afrenta, y así se lo hice constar, que un colega del diario la Vanguardia de Barcelona me dijera que "para los españoles, las tres peores cosas de América son el amigo peruano, la mujer chilena y la justicia boliviana".
No pasaría ni una año después de aquello, cuando comprobé que, por lo menos en lo que a la justicia boliviana se refiere, ese colega no exageraba.
Déjenme contarles el caso del poeta y escritor Eduardo Olmedo López, secretario privado del presidente Víctor Paz Estenssoro, por cuyo caso me interesé y logré que saliera de prisión con una campaña periodística en la que conté con la decidida colaboración de la colega Helcina Donato, del diario Jornada.
Una noche a principios de diciembre de 1962, Olmedo López asistió a una compromiso en un conocido club norturno al término del cual la señorita Teresa Siles Villarroel, que trabajaba como secretaria en el Palacio de Gobierno, le pidió le llevara a su domicilio. Aparentemente no mediaba ninguna relación sentimental entre ambos.
Cuando el Opel de Olmedo López recorría la Avenida del Ejército que une la UMSA con Miraflores, se escuchó un disparo.
"No sabía lo que había pasado. Sólo vi y sentí sangre y la llevé a la Asistencia Pública", recordaba Olmedo López. Los testigos dijeron que allí el secretario de Víctor Paz lloraba histéricamente con toda la ropa manchada de sangre.
Un policía recordó que debía procederse a tomarle la prueba del guantelete de Lunge, pero el fiscal de distrito Miguel Rodríguez Oliver preguntó: "¿Para qué? Yo soy autoridad y dispongo que Olmedo se duche".
Si se le hubiera tomado esa prueba y se establecía que Olmedo López no disparó el arma, le habrían ahorrado al poeta un proceso kafkiano.
Horas más tarde Paz Estenssoro llamó a su despacho a su secretario privado y le preguntó: "Eduardo ¿qué quiere que haga por usted? Olmedo López le respondió sollozando: "Doctor, ¡reviva a esa chica!"
Entonces comenzó la odisea judicial que se materializó en cinco voluminosos cuerpos. La familia de la joven acusó a Olmedo López por asesinato. Empero recién el 16 de marzo de 1963 se dictó el auto cabeza de proceso. Debieron transcurrir otros cuatro meses para que se decretara la acusación.
En 1964 Olmedo López prestó su indagatoria y apeló el auto de culpa alegando ser inocente ante la Corte Superior de La Paz, toda la cual fue recusada por la familia demandante y el proceso fue a Oruro, cuya Corte, el 23 de diciembre de 1964, decretó sobreseimiento a favor del acusado y tipificó la muerte de Teresa Siles como "suicidio inimputable".
La familia recurrió de nulidad a la Corte Suprema de Justicia, que anuló el fallo de la Corte de Oruro y ordenó restablecer el proceso hasta el plenario. Y así, entre autos, informes, peritajes, audiencias (más de 60), declaraciones, recusaciones, etc, transcurrieron otros cuatro años con el poeta en la cárcel de San Pedro.
Finalmente en mayo de 1968 el fiscal de Distrito de la época requirió en conclusiones lo siguiente: "A Eduardo Olmedo López no se le puede atribuir actitud delictiva" por un hecho que, empero, "bien pudo y debió evitar", motivo por el que pidió una condena de "dos años de arresto, más dos años de destierro".
Aunque la ley es clara al disponer que después del requerimiento fiscal en conclusiones, el juez debe pronunciar sentencia en el término de tres días, Olmedo López no tenía sentencia en los seis meses subsiguientes.
Ahí fue cuando me interese por el caso hasta lograr su libertad, con el simple argumento periodístico de que Olmedo López, aun aceptando el juez el requerimiento del fiscal, había cumplido superabundantemente la pena.
Casi al final de la historia un día le pregunté: "Eduardo, por la trayectoria de la bala en la cabeza de la señorita Siles, ella no pudo haberse suicidado, recuerda que tampoco era zurda. Y ciertamente estoy seguro que no disparaste. ¿Quien la mató?
"Estoy escribiendo un libro que se llamará Las Tres Marías", dijo por toda respuesta. "Te daré las pruebas. Serás el primero en leerlo", agregó.
Me dejó tejiendo mi propia teoría, que reverdece cuando alguna vez veo nombres en las páginas de sociales de los diarios nuestros y que se entrecruzan, como la semana pasada, con la dramática vida en nuestras cárceles y la consuetudinaria retardación de la justicia boliviana.