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Miércoles 20 de enero de 1999


BOLIVIA REGRESA A LAS HUMILLANTES GOLEADAS

Por Hernán Maldonado


Miami – En los años 70, en pleno auge de la dictadura del general Hugo Bánzer Suárez, la selección boliviana eliminó a Uruguay y se apuntó otros éxitos que hicieron pensar en el despegue definitivo de nuestro fútbol.

Cuando el equipo viajaba a Cali para disputar el mundialito entre Brasil, Perú y Bolivia, Bánzer inundado por la emoción lo despidió en el Palacio Quemado diciendo que era una muestra del "hombre nuevo" que su gobierno estaba forjando en Bolivia.

Como corresponsal de la United Press International viaje desde Caracas a Colombia para la cobertura de ese minitorneo que clasificaría directamente para el Mundial Argentina-78 a los dos primeros, mientras el tercero tendría un repechaje contra Hungría.

Cuando llegué a Cali me encontré con viejos colegas, como los hermanos Grover y Remberto Echevarría, Tito de la Viña, Lorenzo Carri, Luis Lazarte Lazo, Juan Carlos Costas, cada uno de ellos representando un medio radial, en una clara demostración de la bonanza económica que por entonces vivía Bolivia por la cuadruplicación de los precios del petróleo y la duplicación del precio del estaño.

El alarde de esa súbita prosperidad se veía también en la copiosa representación de los medios de prensa escrita con su eco de resonancia en ese ejército de aficionados que llegó en autobuses (los más pudientes en dos aviones fletados) para alentar a nuestro equipo.

El optimismo era abrumador. Yo no podía comprender en qué se basaba. En los días previos a la iniciación del triangular, no me cabía en la mente que pudieramos tener un equipo como los brasileños con su Leao, Rivelino, Zico, Junior, Sócrates, Toninho Cerezo, Falcao, Careca, etc.

Me parecía absurdo compararnos con esa máquina peruana que funcionaba desde hace 10 años con sus veteranos Chumpitaz, Cubillas, Quiroga, Oblitas, Sotil, etc.

Es cierto que teníamos a Romerito ( que porcierto humilló a Rivelino haciéndole un túnel), pero en el fútbol una golondrina no hace verano.

El día del comienzo del torneo, cuando expresé mi escepticismo en un almuerzo con los colegas, escuché el más absurdo comentario de toda mi vida. Uno de los locutores comerciales de la Cabalgata Deportiva, creo que apellidaba Hoffman, respondió a mis observaciones: "Lo que pasa es que tu has dejado de ser boliviano".

Desde ese momento me callé la boca.

Antes de ocupar mi asiento en el estadio Pascual Guerrero fui invitado por Tito de la Viña a su cabina de transmisión y realmente me sentí cohibido para decir a mis compatriotas que estaban a 4,500 kilómetros de distancia que los estaban engañando y que no debían hacerse ilusiones con su equipo.

Minutos más tarde vi que otro colega compatriota, apellidaba Pérez, buscaba una ubicación en la atestada tribuna de prensa. Como me habían asignado dos asientos y sólo ocuparía uno, le invité a sentarse a mi lado. Le tenía especial afecto, porque este joven dio sus primeros pasos en el periodismo cuando yo ya me marchaba de Bolivia y debo haberle simpatizado porque en Cali me obsequió con un paquete de cigarrillos Derby y una botella de San Pedro.

Se inscribía entre los que pensaban que le ganaríamos 2-1 o 1-0 a Brasil o que empataríamos, "por lo menos".

No habían transcurrido cuatro minutos del partido y ya nos ganaban 2-0. Yo me abstenía de opinar. Lo único que le escuchaba era arrugar sus papeles y decir: ¡Qué bestia!, ¡qué bestia! aludiendo al arquero nacional, que duró justamente esos cuatro minutos en su puesto.

Cuando terminó el primer tiempo ya nos habían hecho cinco goles. Absorto en mi tarea de tomar apuntes, no había escuchado que por los altoparlantes tocaban una ranchera de moda pero que tenía especial connotación en el momento. Vi que Pérez se tomaba la cabeza con ambas manos y exclamaba entre furioso y sorprendido: ¡Lo que nos faltaba!, ¡lo que nos faltaba!

No caí en cuenta hasta que pude escuchar que la letra de la ranchera (Volver, Volver) se refería a algo así como ...Yo sé perder, yo sé perder...

El 8-0 con el que terminó el partido, pensé, pondría con los pies sobre la tierra a los optimistas. ¡Qué va! Empezaron a apostar dinero, a montones con los peruanos que se alojaban en el mismo hotel. En los pasillos menudeaban los mensajes escritos en las paredes: "Busco un peruano macho que le apueste 100 dólares a su equipo", decía el mensaje menos bravucón.

Cuando los peruanos nos ganaron 5-0, el afán fue emborrarse sin pausa hasta la hora del regreso. El consuelo sería ganarle meses después a los húngaros. En La Paz creo que vencimos 1-0 para caer 6-1 en Budapest y ser eliminados de la posibilidad de ir al mundial de Argentina. No sé si estas frustraciones fueron la causa de la muerte prematura de Pérez. Me enteré cuando vivía en Venezuela.

Desde entonces, lo mejor que le ocurrió al fútbol boliviano fue la clasificación al Mundial de Estados Unidos. Por fin encontramos materia prima de calidad y un técnico, Xavier Azcargorta, más que táctico y estratega, un excelente motivador. Les puso en la cabeza a los jugadores la idea de que podemos lograr metas si es que nos proponemos.

Esa generación, empero, está poco menos que acabada sin habernos dado lo que pudo. Lo peor es que no deja reemplazantes.

Por años nos hemos dormido en los éxitos de los Tahuichis, sin canalizar apropiadamente el talento emergente, y el resultado está en la desastrosa actuación de nuestro seleccionado Sub20 en el sudamericano que está por terminar en Mar de Plata.

Estadísticamente hemos quedado en peor situación que Venezuela, con el triste agregado que varias de las derrotas se han producido por goleadas, como la que nos propinó Uruguay: 7-1 (También Uruguay nos ganó 14-0 en similar torneo en 1991).

En un artículo anterior dije lo que pienso del nuevo seleccionador nacional, Héctor "Bambino" Veira. Ahora insisto. La Federación Boliviana de Fútbol ha hecho un pésimo negocio pagándole 1,000 dólares diarios a este técnico que no es más capaz que una decena de entrenadores vernáculos.

Y si creen que estoy equivocado, esperen los resultados de la Copa América que, según Veira y algunos microfoneros que le sirven de campana, "vamos a ganar".