Regreso al comienzo




Gracias por
firmar el libro
de visitas




Artículo
anterior




Libros y
CD's




CHAT ROOM
Tema Libre

Miércoles 7 de abril de 1999


AQUELLA GESTA DE 1963

Por Hernán Maldonado


1963 Bolivia Campeón
Miami – El lunes 1 de abril de 1963, el escritor boliviano Fernando Diez de Medina se despachó un artículo en el diario Ultima Hora digno de leerse una y otra vez, porque describió académicamente el porqué de la alegría que envolvía al país de este a oeste y de norte a sur.

En sintesis, Diez de Medina sostenía que la hemorragia de felicidad luego de la conquista del título de campeón sudamericano de fútbol era casi natural, dado que nuestro país, acostumbrado a frustraciones, fracasos y derrotas de todo tipo, por fin paladeaba una auténtica victoria.

Hemos sido mucho tiempo perdedores, necesitamos ser ganadores, era su mensaje.

A 36 años de esa gesta, el pasado miércoles algunos diarios bolivianos recordaron a la gallarda muchachada que en base a coraje y pundonor nos dio el único título importante del fútbol profesional.

Desde entonces ha pasado mucha agua bajos los puentes. Varios de nuestros héroes se acercan a la "tercera edad". Muchos todavía se mantienen activos en el fútbol como entrenadores, caso Wilfredo Camacho, Ramiro Blacutt o Abdul Aramayo.

Otros se han jubilado de sus respectivos trabajos y reciben la pensión que en su honor instituyó el Congreso Nacional. Alguno, como el arquero Arturo López, busca superar una tenaz enfermedad. Otro nos dejó en medio de una serie de tragedias familiares que sin embargo nunca podrán hacernos olvidar que estuvo entre los primeros en ser contratado en el exterior y que fue un grande de verdad: Víctor Agustín Ugarte.

En el encuentro final, jugado en Cochabamba, Bolivia le ganó 5-4 a Brasil, mientras en La Paz, pendientes de ese resultado jugaban Argentina y Paraguay. Nadie en las graderías del estadio Hernando Siles seguía este juego. La mente y los corazones estaban en Cochabamba.

Por eso, cuando terminó el partido allí, de 25,000 gargantas (esa era la capacidad del estadio) partió una sorda exclamacion de alivio y de inmediato, sin que nadie lo haya organizado ni pedido, todos entonaron el himno nacional. Tan solemne era el momento, que las lágrimas rodaban por doquier

Y entonces en La Paz, como ocurría en todas las ciudades del país, la gente se echó a las calles y aparecieron ríos de hombres y mujeres de todas las edades. No se habían copiado aún las matracas, pitos y bombos característicos de otras culturas futbolísticas. La marea humana no tenía por sitio de concentración ningún lugar en particular y avanzaba por doquier con sólo banderas tricolores y el himno o la cueca Viva mi Patria Bolivia.

El coraje de nuestros muchachos de puso de manifiesto desde el primer encuentro. Ecuador, nuestro primer rival, supuestamente era el más débil, pero de entrada nos complicó al punto que perdíamos 3-0. La muchachada podía adolecer de la técnica actual, pero lo que no le faltaba era aquello que los verdaderos hombres llevan bajo el cinturón. El encuentro terminó 4-4.

En todos los partidos se tuvo que luchar cuesta arriba y en casi todos, siempre había uno que era el héroe del día. Ocurrió así frente a Perú, cuando el cerebral Ausberto García nos catapulto al éxito, aprovechando que los peruanos parecían querer averiguar porqué volaba tan bajo un avión de la fuerza aérea sobre el estadio miraflorino.

En el penúltimo partido enfrentábamos a Argentina en La Paz. Ese encuentro había que ganarlo para ir con posibilidades de arrancarle por lo menos un empate a Brasil en Cochabamba.

Se luchó a brazo partido, palmo a palmo, y superamos dos veces el marcador adverso para llegar al empate 2-2. Cuando casi ya agonizaba el partido, Dios pareció confundir al árbitro peruano Arturo Yamasaki que nos concedió un penal protestado por los argentinos.

Entonces, cuando el equipo había hecho lo imposible para empatar, parecía no estar preparado para ganar. El nerviosismo cundió en los hombres. No se sabía quién debía ejecutar la pena en el arco de la zona norte. Mientras Max Ramírez acomodaba la pelota, todos los demás jugadores se agacharon dándole la espalda a ese arco, como si estuvieran orando.

El "Chino" Ramírez tiró hacia la derecha del arquero Andrada y éste la desvió al corner. Ramírez se quedó paralogizado; los argentinos se arremolinaron abrazando a su arquero. Yamasaki dio la orden. Fortunato Castillo ejecutó el tiro de esquina y el gran Wilfredo Camacho, con un frentazo mandó la pelota al fondo de las redes para el 3-2.

La gran avivada de Castillo y la guapeza de Camacho, todo en fracción de segundos. El público que se había puesto de pie para aclamar el gol de penal, tenía todavía en su garganta el grito de frustración que debió trocarlo sobre tablas por otro de un júbilo indescriptible.

Tan velozmente ocurrieron las incidencias que don Víctor Hugo Salmón, corresponsal de la Agence France Presse, envió al exterior su despacho como si el gol de Bolivia hubiera sido producto del penal.

Cuando Yamasaki marcó la falta, Salmón corrió a su teletipo, se puso de espaldas al escenario y para enviar su flash noticioso sólo se iba a guiar por la exclamación de gozo o frustración de la multitud.

Yo sigo creyendo que esa tarde fue cuando Bolivia ganó el título. Se lo merecía.