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Miércoles 2 de febrero del 2000


¡PROHIBIDO ESCRIBIR...!

Por Hernán Maldonado


Miami -Aquella infame madrugada del 1 de noviembre de 1979, aferrado al teletipo del centro de prensa de la Conferencia de Cancilleres de la OEA, clausurada la noche anterior, tecleaba con la velocidad que me permitian mis manos mi despacho urgente sobre el golpe de estado encabezado por el coronel Alberto Natusch.

Todavía no había comenzado la masacre en las calles de La Paz, pero por anticipado supe que los golpistas estaban dispuestos a todo. Lo único que querían era que funcionara Radio Illimani, por donde transmitian sus mensajes justificativos del más nefasto de los madrugonazos en la historia boliviana.

Un oficial de la fuerza naval, en cuyo uniforme se leía su apellido: Doria Medina, metralleta en mano se me acercó y me dijo que estaba terminantemente prohibido enviar despachos al exterior y que desde ese momento quedaba cerrado el centro de prensa. Puso la culata de su arma sobre el teclado y me ordenó "hacerme gas".

Informé de la situación a mi jefe inmediato en la United Press International en Nueva York, ese gran periodista y amigo, Enrique Durand, quien me dijo telefónicamente: "Quédense en el hotel. Lo importante es que salven sus vidas. No quiero que corran el más mínimo riesgo".

Se refería al corresponsal en La Paz, Alberto Zuazo Nathes, y su co-corresponsal Irving Alcaraz y a mi, que había viajado ex profesamente a la cobertura de esa conferencia desde Caracas. Pero era difícil quedarse de brazos cruzados mientras los golpistas ametrallaban desde sus tanques y sus aviones a los civiles en La Paz.

Alberto Zuazo descubrió que desde el teletipo de Ultima Hora, en la avenida Camacho, podíamos seguir enviando nuestros despachos al exterior. Y así, arriesgando nuestras vidas, mantuvimos al mundo informado de lo que ocurría. Los diarios estaban clausurados, así que entrábamos a las oficinas del periódico por la puerta del garaje.

El militar a cargo de la represión a la prensa se anotició del hecho, volvió a la carga y en una emboscada que pudo ser fatal nos encaró otra vez cuando ingresábamos a las oficinas de Ultima Hora. Cortante, como habría sido el disparo de su metralleta, exclamó: "Dije que está prohibido escribir, así que piérdanse y es la última advertencia..."

Mi oficina en Nueva York no espero más y me ordenó que saliera de La Paz en el primer avión. Me reemplazó, viajando desde Santiago de Chile, Charlie Padilla. Ocurrió tres días antes de que Natush fuera depuesto debido a la repulsa nacional e internacional.

"Prohibido escribir...", no fue la primera vez que lo escuché.

Ocurrió un año antes en el Mundial de Fútbol, en la subsede de Mendoza, Argentina, cuando unos policías me montaron en un Ford Falcón tras sacarme de mi hotel ante mi atónito compañero de cuarto, un fotógrafo americano. Desconociendo el idioma para comunicarle lo que estaba ocurriendo, lo único que atiné a decirle fue que mis extraños acompañantes eran policías.

Mi delito fue haber entrado al centro de prensa sin mi acreditación, que la había dejado olvidada en mi cuarto. El barullo fue fenomenal. Cuando horas después regresé al hotel, en la puerta me esperaba preocupadísimo el jefe del grupo periodístico de UPI en Mendoza, Peter Van Bennekom.

Me contó que cuando a mi compañero de habitación le dije que mis acompañantes eran policías, éste simuló acostarse para una siesta, pero bajó tras nosotros y vio que me montaban en un vehículo sin placas, a la usanza de esa época en que desaparecían así por así nomás las personas en Argentina.

Peter me abrazó como a un hijo al que daba por muerto y me dijo: "Hasta el presidente de la UPI (Stevenson) está interviniendo y si no aparecias en media hora más íbamos a despertar a todo el Departamento de Estado".

No pude conciliar el sueño. Repasé todo lo ocurrido, que a simple vista me parecía una soberana estupidez y un exceso de celo policial. Cuando los agentes me autorizaron volver al hotel, uno de ellos me había preguntado: ¿Cómo regresará? Caminando, le respondí. "Recuerde que usted ha venido al Mundial a escribir de fútbol y sólo de fútbol", me dijo. Tácitamente me prohibió escribir de otras cosas.

En los últimos dos días recordé éstas anécdotas entre otras muchas análogas en que me he encontrado a lo largo de mi vida profesional, luego de que Tierra Lejana, sitio en el Internet en el que expongo mis ideas, fue expulsada del ciberespacio por la compañia proveedora del servicio.

Según deduzco del informe de esa compañia, todo se debió a mi articulo de la semana anterior (La defensa de nuestro folclore) que supuestamente afectaba intereses de terceros. La compañía restituyó Tierra Lejana en menos de 24 horas. Sin embargo, creo yo que de alguna manera se melló la sacrosanta libertad de prensa, piedra angular de la democracia estadounidense.

Las aguas aparentemente vuelven a su cauce normal con una comprobación trascendental: las muestras de solidaridad con Tierra Lejana fueron abrumadoras. Provinieron de muchas partes del mundo. De compatriotas que apenas conozco por e-mails, de viejos y nuevos amigos. Inclusive de Andy Na, ese talentoso compañero que nos provee desde Seúl el espacio para el Foro, y que se ofreció generosamente a albergarnos en su página si se nos mantenía clausurados.

Particularmente conmovedores fueron los respaldos del Dr. Jaime Molina (Houston), de Carmina Alvarado Van Bergerem (Alemania), de Erika Vargas y Jose Luis Kushner (Argentina), de los brillantes abogados Victor Hugo y Febe Tejerina Velásquez (Brasil), de Gonzalo Andrade (Washington DC), de Rodolfo Chavez Salmón (Seattle), Max A. Zarate (Berkeley, California), Christian Inchauste (México), de Mario Lema Prieto (Bolivia) y Paúl Barón (Venezuela).

Gracias a todos ustedes es que nunca aquí, ni en ninguna parte, estará "prohibido escribir".