Regreso al foro 

Guillermo Francovich
Del libro "Los Mitos Profundos de Bolivia", 1980
Editorial Los Amigos del Libro, La Paz-Bolivia


EL MITO PRIMORDIAL

El mundo del Kollasuyo está hecho de montañas que se levantan a alturas inauditas. El aire es allí tan diáfano y la luz tan radiosa que la lejanía talla los perfiles de las cumbres dándoles la nitidez de los cristales. Las rocas con su inmobilidad y su inmutable permanencia producen la impresión de la eternidad. Es pues natural que sus primitivos pobladores -anteriores a la conquista de los Incas- hicieran de él un mundo mítico.

Animistas, sintiendo que todas las cosas tenían alma y vida, los kollas dieron su preferencia a la mitología de las montañas y las piedras que se manifiesta en sus principales mitos y leyendas. Creían que sus antepasados habían salido de los flancos de los montes. Creían también que muchos de ellos, como castigo habían sido convertidos en piedras. Todavía en el incario circulaban leyendas de ese género. Martín de Morúa, citado por Jesús Lara, contaba que en 1590 había visto las estatuas de piedra en que se habían transformado la ñusta Chuquillanto y el pastor Acoytrapa por haberse amado sacrílegamente.

Esa vieja creencia sirvió todavía para explicar el origen de los incas. Según la versión que recogió Pedro Sarmiento de Gamboa los incas nacieron del flanco de un monte, situado a seis leguas del Cuzco. También de él habían salido anteriormete, sin "generación de padre" la nación de indios llamados maras y después los llamados tampos. Los Incas eran cuatro hombres y cuatro mujeres que se consideraban hermanos. El mayor llamado Manco Khapac, convirtió en piedras a sus hermanos más jóvenes, y se deshizo del tercero enviándolo a una cueva en cuya entrada colocó una piedra "sentándose encima de ella", según Sarmiento de Gamboa. Manco Khapac murió con ciento cuarente años convirtiéndose en una piedra, que era objeto de adoración por el pueblo.

La mitología de la piedra, fue en el altiplano, anterior inclusive a la cultura kolla. El etnólogo francés Jehan Veliard, recogió testimonios impresionantes de la cultura uru, que agoniza, si es que no ha muerto ya definitivamente, junto al lago Poopó en el altiplano boliviano.

Los urus eran totalmente diferentes de los grupos indios que, en los Andes, se encontraban en torno de ellos. Eran probablemente los últimos sobrevivientes en los Andes, de los hombres venidos del Este del Asia a través de la América del Norte y que fueron casi totalmente sustituidos, por las inmigraciones sucesivas provenientes de la China y la Indochina que, pasando por la Melanesia y el Océano Pacífico, comenzaron a llegar a la América del Sud, ochocientos o mil años antes de Cristo, y que subieron a los Andes huyendo de los desiertos arenosos de las costas del Pacífico. Los urus, según Veilard, se consideraban a sí mismos los más antiguos hombres de los Andes. Creían que en épocas remotas fueron semidioses, hijos de la Omnipotente Piedra Principal, con cabezas de pumas y de cóndores como las que se ve en la llamada Puerte del Sol de Tiahuanacu. Todos ellos obedecían a la Omnipotente Piedra Principal, que los había creado y que podría transformarlos en piedras semejantes a los monolitos de Tiahuanacu.

De acuerdo con las informaciones transmitidas por los cronistas coloniales, la mitología de la piedra de los kollas tuvo su símbolo supremo en Viracocha, a quién los propios incas veneraban como una deidad primordial. Dos versiones existen acerca de Viracocha. Una de ellas que está sin duda influida por el catolicismo, hace de él una especie de Cristo indio, reformador moral, perseguido y solitario. La otra versión, más antigua, lo muestra como una de esas divinidades cosmogónicas frecuentes en las mitologías del continente americano, dios salido de la tierra, dios petrificador que finalmente acaba por convertirse él mismo en piedra. Según Juan de Betanzos, los primitivos pobladores del Kollasuyo vivieron en la oscuridad hasta que, de las espumas del lago Titicaca formado por las aguas procedentes de los nevados andinos, surgió Viracocha. Este, de inmediato se dirigió al lugar que actualmente ocupa Tiahuanacu y allí hizo el sol, la luna y las estrellas y los colocó en el cielo para dar luz al mundo. Decepcionado con los hombres que veía en su torno, los convirtió en piedras. En seguida, se puso a modelar otros, también en piedras, pintándolos con los colores de los trajes que debían usar. Mandó que éstos se hundieran en la tierra y fueron a reaparecer en las fuentes, los ríos, las cuevas, los cerros del país. Así lo hicieron, fundando los diferentes pueblos que allí existieron. Despúes de su muerte fueron transformados de nuevo en piedras, pasando entonces a ser "huacas" de los respectivos pueblos. Viracocha dejó Tiahuanacu caminando en dirección al Cuzco. A dieciocho leguas de esa ciudad, el lugar llamado Cacha, le salieron al encuentro muchos hombres que, ignorando quien era quisieron matarlo. Pero él mandó caer fuego del cielo sobre ellos y les hizo saber que era su hacedor. Los hombres lo adoraron y erigieron en el lugar del incendio una "huaca" con su imagen esculpida en piedra que tenía cinco varas de alto y una de ancho. Betanzos dicen que vio la "huaca" así como la tierra calcinada por el fuego que estaba en su torno. Viracocha volvió al lago y caminando sobre las aguas desapareció para siempre.

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Los kollas no conocían la escritura como tampoco la conocieron los incas. No pudieron, pues, transmitirnos la propia versión de sus creencias. Además, los incas, que conquistaron el Kollasuyo un siglo antes de la llegada de los españoles, eliminaron casi todo lo que hubiera podido dar testimonio de su vida y de su cultura. Lo que conocemos de éstas, fuera de las imprecisas y frecuentemente deformadas informaciones de los cronistas, se encuentra, por una parte, en los restos de la arquitectura, la cerámica, la textileria kolla que han llegado hasta nuestros días y que son objeto de pacientes y cuidadosas investigaciones, y, por otra parte, en algunas supervivencias que se convervan en las poblaciones autóctonas o se ha incorporado al folklore popular de las ciudades.

Todos estos elementos muestran que el predominio de la mitología de la montaña y de la piedra sagradas fue anterior al predominio de la del sol y la tierra que los incas profesaban y que no consiguieron imponer totalmente en el Kollasuyo.

Rigoberto Paredes publicó en 1920 un notable libro titulado Mitos, supesticiones y supervivencias de Bolivia. Recogió en él las creencias populares, que encontró no sólo en los campos sino también en las ciudades del país. Comprende a las que se refieren a las plantas, los animales y las cosas, asi como las que correspondían a los viajes, las faenas agrícolas y las fiestas y, finalmente, al nacimiento, las enfermedades y la muerte.

Pues bien, el libro no registra mitos o supervivencias relacionadas con el culto al sol. Dice que, si bien el recuerdo de Viracocha casi ha desaparecido en la actualidad, el culto de las montañas, de las cuevas, de los ríos, y, sobre todo de las piedras, mantiene toda su vitalidad. "El culto de las piedras es general entre los indios -escribe-. Las tienen como base de su mundo y como el principio eficiente de los fenómenos de la vida". Cuenta que los indios veneran particularmente las piedras aisladas porque cuando hay guerras se transforman en guerreros y después de haber luchado retornan a su pétrea condición. En cuanto a los montes, los indios adoran todavía como a sus achachilas aquellos que pertenecen a sus propias regiones y de los cuales creen que sus antepasados salieron. Recuerda Rigoberto Paredes, por ejemplo, que cuando en 1898, un excursionista inglés quizo hacer una ascensión al Illampu, los indios de la región se opusieron temerosos de los efectos que tendría la profanación. Paredes escribe: "Los indios sienten predilección por los peñascos o ciertas piedras que tienen la figura de gentes o animales". Dice también que "el indio al llegar a la cumbre de una montaña o de un cerro, se aproxima al montón de piedra que siempre se halla formado allí, se pone de rodillas y pide a las piedras, con toda su alma que lo dejen pasar con salud".

Nuestro grande poeta Oscar Cerruto dedida uno de sus más bellos poemas a los que él llama "los dioses oriundos", los invoca diciendo de ellos:

En los principios del mundo os veo, oh dioses de los páramos y de las cordilleras.

Dioses que alimentaron el pavor y las vigilias de mis antepasados, reinando desde la hosca montaña sin auroras, el ceño cruzado de centellas, la mano sobre el trueno.

Los dioses oriundos en el poema miran desde su lejanía las cosas que tienen "la certidumbre mineral de la roca" que las cuaja de eternidad. Pues bien, en sus noventa versos ni siquiera una vez el poema nombra al sol. Menciona, en cambio, al cóndor que para los indios bolivianos es sagrado como los montes: El cóndor en sus nubes y glaciares.

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El más importante monumento arquitectónico que nos queda del remoto pasado kolla es sin duda Tiahuanacu. El más importante y acaso el más elocuente. Constituye en la actualidad uno de los mayores enigmas de la arqueología sudamericana. "En la monotonía del llano inmenso y magro, de improviso surgen las ruinas como un milagro" dice Jaime Mendoza en el poema que les dedicó. Están constituidas por gigantescos monolitos que pesan toneladas, por enormes bloques superpuestos, cuyo tamaño hace pensar en fuerzas titánicas. La Puerta del Sol, de tres metros de altura y cuatro de ancho es un solo bloque de piedra y es su pieza más famosa. Los bajorelieves que presenta son de una perfección admirable y, con considerados los más bellos de la arqueología sudamericana.

Tiahuanacu era ya un misterio cuando los incas llegaron por primera vez al Kollasuyo. Los pobladores de la región les dieron explicaciones fantásticas acerca de su origen. Cieza de León recogió la versión de que habia sido edificado en una sola noche por gigantes desconocidos que luego desaparecieron. Al padre Cobo, los indios le dieron otra: "Nuestros antepasados nos dijeron que estas piedras habían sido transportadas por los aires, al son de una trompeta que tocaba un hombre".

También los primeros arqueólogos bolivianos experimentaron el poder mitógeno de las ruinas. Belisario Díaz Romero en su Ensayo de Prehistoria Americana, publicado en 1920, sostenía que Tiahuanacu había sido construido por una fracción de la raza atlántida "que se estableció en los alrededores del lago Titicaca, donde fundó una importante sede, metrópoli y puerto, cuyo nombre primitivo ignoramos completamente". Las ruinas fueron abandonadas por los atlantes, según Díaz Romero, cuando irrumpieron en la región nuevas razas venidas a la América por el estrecho de Behring. Por su parte Arturo Posnansky, infatigable investigador de las ruinas, pensaba que Tiahuanacu había sido la cuna del hombre americano y que de ella "eran enviados a todo el continente jefes y colonizadores que reunían hordas dispersas y fundaban ciudades".

Y en nuestros días, las especulaciones en torno a los discos voladores han actualizado la mitología tiahuanacota. Los nuevos mitos encuentran que los bajorrelieves de la Puerta del Sol representan personajes extraterrestres, que fueron los constructores de la ciudad. Sus máquinas transportaban por el aire los bloques inmensos de piedra. Ellos eran los personas alados que figuran en la Puerta del Sol. Y los extraños capacetes de los monolitos eran los que ellos usaban.

Según los arqueólogos, Tiahuanacu fue en realidad un importantísimo centro religioso, probablemente el santuario de Viracocha a quién correspondería la imagen que aparece con terrible majestad en el centro de la llamada Puerta del Sol. No tiene la antiguedad que le atribuye la leyenda. Su decadencia se produjo tres o cuatro siglos antes de la llegada de los incas. Parece haber durado algo más de mil años, durante los cuales su vida tuvo diferentes faces que se expresaron en los sucesivos tipos de esculturas y de tallados en piedra que produjo y que se han conservado en una pequeña parte.

La iconografía y los motivos tiahuanacotas que aparecen en las cerámicas y tejidos tuvieron una gran difusión en la región andina. Por el sur llegaron hasta las actuales provincias del norte argentino. Y por intermedio de Huari, otro importante centro cultural de la época, aparecido poco después de Tiahuanacu en la región de Montaron del Perú actual, llegaron hasta el Ecuador. Esa difusión se debió al establecimiento de vinculaciones comerciales y también a conquistas militares. Estas parecen haber sido las más probables en las regiones que quedaron rastros de culturas anteriores.

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Los constructores de Tiahuanacu, como hemos dicho ya, no conocían la escritura. Pero si no pudieron transmitirnos con la palabra escrita las ideas y los sentimientos que los llevaron a realizar la grandiosa obra, los expresaron mediante los símbolos e imágenes que dejaron en ella y que, en parte infelizmente pequeña, han llegado hasta nosotros.

Esos símbolos e imágenes que aparecen en las enormes estatuas monolíticas y en los bajorrelieves tallados de la puerta del Sol y que se encuentran también, esta vez con vivos y bellos colores, en la textilería y la cerámica, confirman la preferencia por la mitología petrificante que predominaba entre los pobladores del Kollasuyo.

Las creaciones tiahuanacotas tienen un refinamiento artístico y una elegancia excepcionales. La imaginación sigue con deleite, en las líneas de su perfecta geometría, las estilizaciones de los cóndores, los pumas y las serpientes que aparecen en ellas. El arte tiahuanacota, como ocurre con todas las artes prehistóricas, obedece rigurosamente, tanto en los temas como en los dibujos y los colores, a modelos que permiten identificarlos inmediatamente.

Corresponden a la estructura mental de sus creadores. Las características fundamentales del arte tiahuanacota son: 1) el abstraccionismo; 2) el predominio de las figuras geométricas lineares y 3) la ausencia del círculo. Todas esas características parecen ser la expresión de una mitología predominantemente petrificadora.

El abstraccionismo tiahuanacota nada tiene de común con el que predominó recientemente en el mundo de las artes plásticas. Este corresponde a un estado consciencia del hombre contemporáneo deshumanizado por la técnica, hacía la eliminación de todas las formas naturales. Prescindiendo de cualquier figura, usa libremente de líneas, colores y volúmenes para expresar todas las modalidades de la sensibilidad estética.

El abstraccionismo tiahuanacota no hacía la eliminación de las figuras sino que las reducía a sus elementos esenciales presentándolas en formas esquematicas y geométricas. Estilizaciones bellísimas demostraban esas figuras en sus más puras líneas. Ese tipo de abstraccionismo, que era común a todo el arte precolombino, en el arte tiahuanacota llegó a un alto grado de perfección, distinguiéndose por el predominio casi absoluto de las líneas rectas. Y según los especialistas, llegó a un grado excepcional de elaboración en las simbolizaciones gráficas y arquitectónicas.

Gastón Bachelard en su libro "La Tierra y los Sueños de la Voluntad" dice que, a diferencia del aire, del agua y del fuego que no tienen solidez, la tierra es una resistencia que se opone a la acción del hombre. Esa resistencia es en la piedra constante e inmediata, llegando a veces a la hostilidad. El hombre frente a la piedra tiene la consciencia de su propia energía. Recordemos que en el poema que hemos eludido arriba, Jaime Mendoza decía que Tiahuanacu era:

Fuerza, mágica de fuerza -la fuerza de la mente y la fuerza del músculo -que en alarde imponente quiso dar la medida de su poder, en medio de esta planicie yerma, reino de frío y de tedio.

La piedra, según Bachelard, con su franca agresividad provoca en el hombre la voluntad de tallar, de esculpir y sobre todo engendra el pensamiento geométrico, la necesidad de precisión de ajustamiento. "La agresividad que provoca lo duro es una agresividad recta, en tanto que la agresividad de lo blando es curva". Bachelard transcribe en el capítulo inicial de su libros estas palabras de Romé de Lísle: "La línea recta está afectada particularmente al reino mineral. En el reino vegetal, la línea recta se encuentra todavía con bastante frecuencia, pero siempre acompañada de la línea curva. En fin, en las sustancias animales la línea curva es la predominante". Y Bachelard llega a la conclusión siguiente: "por las imágenes, el hombre acaba la geometría interna, la geometría material de todas las sustancias".

Y eso es lo que se ve precisamente en el arte de los indios precolombinos. La tendencia hacia el realismo, el empleo en los dibujos de las líneas curvas mezcladas con las rectas aparece en las regiones en que la vegetación y la vida animal son más abundantes, mientras que en el arte de Tiahuanacu el triunfo de la abstracción rectilínea es casi absoluto. Las esculturas son verdaderas columnas rectangulares. La cabeza, el cuerpo, los miembros inferiores de los enormes monolitos antropomorfos son cuadrados sin ninguna expresión realista. Los animales: cóndores, pumas, serpientes en los bajorrelieves tienen contornos angulosos. La textilería y la cerámica tiahuanacota imitan las esquematizaciones que aparecen en las piedras. En el arte tiahuanacota reina la imaginación rectilínea que impone la piedra.

Dentro de la coherencia que tienen los símbolos, el abstraccionismo linear de los grafismos tiahuanacotas es complementado en su significación por el predominio del cuadro y sus derivados y por la ausencia del círculo.

Es patente en el arte tiahuanacota la presencia del cuadrado en sus diferentes formas: el cuadrilátero, el losange, la cruz, que aparecen permanentemente dentro de los dibujos tiahuanacotas. El cuadrado es la figura antidinámica por excelencia. Representa la estabilidad. Es el reconocimiento intiuitivo de la extensión limitada del mundo físico. Es por eso el símbolo universal de la tierra. Está asociado al simbolismo del número cuatro, que también representa lo tangible, lo sólido. Los tiahuanacotas, como muchos otros pueblos, dividían la tierra en cuatro zonas o regiones.

La figura del cuadrado está presente en los grafismos tiahuanacotas asociada a otros símbolos que son afines. El signo escalonado, que, utilizado por todos los pueblos americanos, es predominante en Tiahuanacu. Simboliza la posición entre el cielo y la tierra, entre la región de las nubes y los cóndores y la región de los pumas y de las serpientes. El predominio de la tierra, de lo sólido y tangible que marca la presencia del cuadrado es corroborada por la ausencia del círculo en los símbolos tiahuanacotas.

En el lenguaje universal de los símbolos el círculo representa al cielo. Representa el movimiento de los astros que giran por encima de la tierra, las aves, las nubes que se mueven en el aire, las lluvias y el rayo que caen de las alturas. El círculo es un símbolo dinámico. Lo que hay de cambiante, de agitación en el mundo es representado por él.

Pués bien, el círculo está casi ausente en el arte tiahuanacota. Aparece como elemento secundario. Tiahuanacu tiende inclusive a encuadrar las curvas. Las cabezas son cuadradas. Las figuras son deformadas para ser encajadas en cuadriláteros. La imagen central de la Puerta del Sol que puede ser la imagen de Viracocha es cuadrada.

Para darse cuenta y apreciar en su plenitud la singularidad de la simbología tiahuanacota, basta comparar la rigidez de sus grafismos con las líneas ondulantes, flameantes, retorcidas de los grafismos mexicanos. Nada hay más opuesto al friso de la Puerta del Sol, que algunos suponen ser un calendario, que el calendario azteca, que suele también llamarse Piedra del Sol y que por sus contenidos simbólicos es una de las más importantes obras del arte azteca. En ese círculo perfecto de cuatro metros de diámetro está representado uno de los ciclos cósmicos. La mitología mexicana era tan diferente de la tiahuanacota como lo es el círculo del cuadrado. El dinamismo, la agitación, la lucha, los cataclismos interminables que predominaban en aquella eran todo lo contrario de la permanencia, de la firmeza pétrea del mundo tiahuanacota.

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El mito de la piedra no solamente configuró la religiosidad de los kollas y las manifestaciones de su arte. Daba también sentido a su vida y estaba presente en su organización social y política. Hemos visto que, como dice Bachelard, el hombre encuentra en la piedra un desafío. La piedra, con su dureza, con su resistencia a la manipulación, provoca la voluntad del hombre y engendra en éste actitudes y sentimientos que toman forma en su comportamiento y hasta en sus instituciones.

El kolla tiene conciencia de la permanencia, de la estabilidad de la solidez de las cosas que le rodean. Las rocas, los montes, recortan sus contornos firmes y precisos, sen mantienen inmutables frente a los elementos como el viento o el agua resbalan por sus superficies. La precisión y el rigor que encuentran en las cosas la busca también el kolla en su comportamiento. Da a sus actos un orden y una disciplina que le permiten desenvolver una actividad tesonera y eficaz.

Los kollas y todos los pueblos indios que sufrieron su influencia buscaban lo permanente. El eminente historiador peruano Raúl Porras Barrenechea decía a este propósito en su libro "Mito, Tradición e Historia del Perú": "El indio peruano, tanto de la costa como de la sierra tuvo como característica esencial un tradicional instinto, un sentimiento de adhesión a las formas adquiridas, un horror a la mutación y al cambio, un afán de perennidad y de perpetuación que se manifiestan en todos sus actos y costumbres", y añadía: "este sentimiento se demuestra particularmente con el culto a la Pacarina o lugar de aparición -cerro, peña, lago o manantial- del cual se supone ha surgido el antecesor familiar, o en el culto de los muertos o malquis, de la momia tratada como ser viviente y de la huaca, o adoratorio familiar".

Luis Baudoin en su conocido libro "El Imperio Socialista de los Incas"" decía: "el imperio existe en razón de la hostilidad del medio". Los incas evidentemente llevaron a la vida política el ideal de solidez, de permanencia, que está en la esencia del mito kolla. Consiguieron en el periodo relativamente corto de tres siglos y medio la unificación de los pueblos situados entre el centro de Chile y el norte del Ecuador. Crearon un Estado que no sólo tenía una única lengua sino que estaba sometido a una disciplina y a un orden que no permitía ni la más mínima discrepancia.

El régimen incaico, con una estructura rigurosamente vertical, gobernaba desde la cumbre. Lo preveía todo. Lo ordenada todo. Con la supresión de cualquier forma de libertad individual eliminaba no solamente toda posibilidad de desorden sino también cualquier irrupción de la aventura del azar. El imperio incaíco es uno de los más notables ejemplos de gobierno monolítico que han conocido los hombres en el mundo.