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Viernes, 22 de agosto del 2018


JOSE GRAMUNT DE MORAGAS S.J. (1922-2018)

Por Hernán Maldonado (periodista y corresponsal de ANF por 43 años)

El sacerdote, periodista y amigo

Aquella noche estaba seguro que si entablaba alguna amistad con el padre José Gramunt de Moragas, ella duraría lo que un suspiro.

Reemplazaba yo al locutor comercial y estaba en la mitad del Informativo Gigante de la Corporación Deportiva Borelli.

El operador Juanito Pando me hizo señas desde los controles. Mientras don Julio Borelli usaba el micrófono, Pando me enteró que ―el director‖ quería hablarme. Entré resueltamente a la oficina, pero quien estaba allí no era el padre Jaime Salvia, sino su reemplazante.

Fue cortante en su primera enseñanza: Maldonado, aquí no estamos en el estadio para gritar cuando se hacen los comerciales. Ahí recién me enteré de que Radio Fides estrenaba director. Gramunt estaba en sus primeros días de más dos décadas al frente de la emisora de la Compañía de Jesús.

Como la Corporación gozaba de autonomía dentro de la emisora, y yo sólo acudía los domingos al programa nocturno, era rara la oportunidad en que me cruzaba con Gramunt.

La necesidad me acercaría dramáticamente a él.

Recién casado, en mis medianos 20, y con el primer heredero en camino, necesitaba incrementar mis ingresos. Salim Sauma, que trabajaba con nosotros en la Corporación y en la radio, me aconsejó que le hablara al padre porque había una vacante.

Había renunciado el poeta Julio de la Vega, encargado de las noticias internacionales. Más había un problema: Gramunt estaba en la clínica Santa Isabel tras ser operado de las amígdalas.

Ahora me imagino cuál sería mi angustia ante la posibilidad de que alguien se me adelantara, que esa misma tarde visité al sacerdote.

No se sorprendió al verme. Quizás el bueno de Salim fue quien le aconsejó de que yo podría ser el reemplazante. Rápidamente le expuse mi interés. Como no podía hablar, rápidamente me di cuenta de mi torpeza, me pidió un papel y un lápiz y garabateó: Empieza esta noche.

No supe los horarios que tendría ni el sueldo que recibiría, pero salí a la Plaza Isabel la Católica como si me hubiera ganado la lotería. No lo imaginaba, pero si, era una lotería, porque ahí comenzó una feliz amistad y una rica relación profesional que sobrepasa el medio siglo.

Mi labor consistía en captar emisoras del exterior por una radio de onda corta y redactar las noticias internacionales más importantes del día. Hasta entonces creí que mi especialidad era el periodismo deportivo con un buen maestro como don Julio Borelli.

En un tiempo en que no existían escuelas de comunicación social en las universidades de Bolivia, el padre Gramunt se convirtió en mi excelso catedrático.

Y como yo, decenas más de periodistas se formaron en lo que con el tiempo se llamó ―la escuela Fides‖. El objetivo más importante fue tratar de imitar su excelente capacidad de síntesis. Hasta el día de hoy sus editoriales son una muestra impecable de lo mucho y profundo que se puede decir en 400 palabras.

Cuando fundó la Agencia de Noticias Fides allá por 1963, le acompañé entusiasmado junto con Juan Carlos Salazar.

Nuestros primeros clientes fueron La Patria y Prensa Libre (más tarde se añadirían otros diarios como Los Tiempos y El Deber).

Las noticias las redactábamos al mediodía en copias con papel carbón y luego las enviábamos por la Flota Urus, a Oruro y por el Lloyd Aéreo Boliviano a Cochabamba.

Las primicias eran las que nos acreditaban y por eso a veces los diarios del interior publicaban notas que no tenían los diarios de La Paz o citaban los informativos de Radio Fides, que utilizaba básicamente nuestro trabajo.

Gramunt también nos inició en la corresponsalía internacional. Salazar trabajaba simultáneamente para la agencia alemana dpa (en la que hizo excelente carrera hasta culminar como su Jefe Internacional del Servicio Exterior en español, con sede en Madrid) y yo como corresponsal de la Agencia EFE, conjuntamente con Francisco Roque. Lo que aprendí con Gramunt fue de vital importancia cuando trabajé en Venezuela y Estados Unidos para la United Press International, CNN, dpa y el Nuevo Herald.

Gramunt no sólo era maestro, sino fundamentalmente periodista, porque siempre traía alguna información de su propia cosecha. Al final de las jornadas, le gustaba reunirse con los periodistas de la radio y en su despacho comentábamos las noticias del día. Su famoso editorial ¿Es o no es verdad? Se difundía de lunes a viernes.

Acostumbraba a pedirnos ideas como sana iniciativa de hacer un periodismo en equipo. Le bastaba una palabra, una frase para que en un santiamén surgiera el editorial. Cuando comencé esta maravillosa profesión me asombraba ver en El Diario, a un señor español de apellido Corujo, encargado de escribir los editoriales, enterrado en libros y la Enciclopedia Espasa, de 5 a 10 de la noche.

A Gramunt le tomaba menos de una hora. Era poseedor de una vasta cultura, de una memoria prodigiosa y de una envidiable agilidad mental.

Aquel domingo en la noche

Todavía recuerdo aquella noche de domingo de octubre de 1967, tarde ya, cuando solo permanecíamos en la radio Gramunt, el operador y yo. Estaba por terminar de redactar el famoso ―radio-reloj‖ de la mañana siguiente, cuando en busca de una última información sintonicé Radio Habana. Anunciaba que en breves momentos se dirigiría al país Fidel Castro. Eran días en que en muchas partes del mundo se dudaba aún de que el Che Guevara hubiera sido muerto en Bolivia.

Apresuradamente subí al despacho de Gramunt y le comuniqué lo que había oído. ¡Escribe todo lo que escuches!, ordenó. El operador puso la marcha que caracterizaba la interrupción de la programación regular. Gramunt se apoderó del micrófono y empezó a leer a medida que yo transcribía el legendario discurso: ―Era costumbre del Che en su vida guerrillera anotar cuidadosamente en un diario personal sus observaciones de cada día…‖, empezó Castro.

No teníamos duda de que Castro iba a confirmar o negar la muerte de Guevara y seguíamos informando a Bolivia del discurso. No me daba abasto haciendo las transcripciones y debí descolgar el teléfono porque desde todas partes nos llamaban para saber cómo estábamos obteniendo la información o cuál era la frecuencia de la radio cubana. Lo importante también radicaba en que el barbudo líder confirmó que estaba en su poder una copia del diario del guerrillero sin que le haya costado un centavo.

El discurso en la Plaza de la Revolución, ante decenas de miles de personas, era altamente emotivo, y yo no hacía más que transcribir lo que oía. Castro, casi al final, dijo: ―Las horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos tienen que haber sido muy amargas para él…‖. Gramunt leyó esta parte y como pensó que lo sustancial ya había sido dicho (faltaban menos de 5 minutos del discurso), concluyó diciendo que ese fue el final trágico del guerrillero heroico caído en manos de ―los no menos heroicos soldados bolivianos‖.

--Padre, esa última parte yo no la escribí, le reclamé.

-- Ya lo sé, pero tú te estabas pasando a la acera del frente, me dijo.

Y es que a lo largo de su vida este magnífico defensor de la libertad de expresión ha sido incapaz de inclinar la balanza a favor de uno o en contra de otro. Su divisa era: Somos periodistas y escribimos para moros y cristianos.

En defensa de la libertad de expresión le vi también salir a dar la cara ante sus propios hermanos de la Compañía de Jesús. En medio de la efervescencia guerrillera algunos jóvenes del Colegio San Calixto, en cuyas instalaciones funcionaba la radio, produjeron un documento que insinuaba simpatía con los alzados en armas. Una síntesis del mismo lo divulgamos en uno de los informativos. Los jesuitas que estaban en contra de que Fides lo hubiera divulgado, vinieron a la redacción a reclamarnos airadamente. Al escuchar el barullo, el padre Gramunt bajó de sus oficinas y tras echarle una mirada al documento les dijo a los reclamantes que si a ellos les disgustaba el contenido, debían de cuidar que sus muchachos no lo produjeran. Se acabó el pleito.

Un firme creyente de la democracia, Gramunt ha hecho del periodismo su trinchera de lucha para su defensa. Es imposible contabilizar los editoriales que ha escrito en más de medio siglo. En una compilación de algunos de sus editoriales entre el 2003 y el 2008, pienso que en un 60% de ellos el sacerdote expresa su preocupación, promueve o defiende la democracia.

Aquellos que tienen tendencias totalitarias o creen en el abuso como sistema de gobierno se han encontrado con la pluma de Gramunt. Muchísimo antes de que el recordado beato Juan Pablo II reverdeciera la vieja exhortación bíblica de ―No tengáis miedo‖, Gramunt sembró la frase entre sus periodistas.

Nadie ha podido acallarlo ni le temió a las balas

Se ha enfrentado a las dictaduras de izquierda y derecha, a los regímenes militares totalitarios. Ha sido conminado a presentarse y a pagar multas ante los todopoderosos de turno, pero nunca se ha doblegado. Nadie ha podido acallarlo porque él navega aferrado a la bandera de la verdad. Esa valentía ha transmitido a sus discípulos. No por nada varios de ellos han pasado muchos años de sus vidas en el exilio.

Gramunt mismo no le ha temido a las balas en su compromiso por la democracia. Fui testigo de su valentía en aquellos aciagos días de la sangrienta rebelión encabezada por el coronel Alberto Natusch Busch el 1 de noviembre de 1979. Yo había llegado a La Paz desde Caracas como corresponsal de la United Press Internacional para la cobertura de la reunión de cancilleres de la Organización de los Estados Americanos.

Eran días de muchas muertes. Los golpistas no terminaban de apoderarse del gobierno y el tambaleante régimen del presidente Walter Guevara Arze no terminaba de caer. Los civiles que se oponían a la insurrección eran masacrados en las calles de La Paz. Varios países enviaron sus aviones para recoger a sus diplomáticos entrampados.

El gobierno estaba convencido de que controlaba la situación. La realidad decía que no, porque las calles estaban desiertas. La bronca era mayor en el civilismo porque Bolivia, por primera vez en su historia, había conseguido un sólido respaldo de la OEA a su aspiración de recuperar su salida al mar.

Guevara se mantenía en la clandestinidad y los militares no querían volver a sus cuarteles. La Iglesia Católica buscó que las partes llegaran a un entendimiento para evitar un mayor derramamiento de sangre.

El padre Gramunt, si mal no recuerdo, era el Secretario de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Boliviana, y como tal estaba en la primera línea entre los mediadores. Como no había taxis y se disparaba contra todo lo que se moviera, había que tener extremo cuidado para movilizarse de un punto a otro en la ciudad.

El jefe de mi oficina, Enrique Durand, llamó desde Washington al corresponsal de UPI en La Paz, Alberto Zuazo Nathes y a mi, no para sugerirnos, sino para ordenarnos que nos refugiáramos y no saliéramos de nuestro hotel hasta que la situación se hubiera normalizado.

Lo que hicimos nosotros fue rearmarnos de valor para seguir informando al mundo de lo que ocurría. Los militares cerraron West Coast, desde donde transmitíamos, pero Zuazo consiguió que pudiéramos hacerlo desde el télex ubicado en Ultima Hora, donde trabajaba.

Fue en estas circunstancias que vi a Gramunt caminando en medio de una balacera por El Prado. Los soldados tiroteaban la sede de la Central Obrera Boliviana. Lo que hice fue seguirle porque, sin quererlo, me llevaría a donde estaban reuniéndose los prelados con los negociadores. Así fue.

La cita era en el colegio Don Bosco. Apenas escuchaba las voces de los allí reunidos. Era una reunión casi clandestina. Estaba por renunciar a seguir en el intento, mientras afuera arreciaban los disparos, cuando la puerta se abrió y me vi cara a cara con Gramunt.

El no sabía que yo estaba en La Paz, pero sí qué es lo que yo intentaba y no le gustó mucho. Claro, allí estaba en otro papel, no en el del periodista. No conseguí lo que buscaba, pero ese día comprobé que Gramunt no le temió a las balas con tal de restaurar la democracia y la paz en Bolivia.

Pendiente siempre de la noticia

En muchas otras ocasiones sospechaba que el padre era poseedor de noticias de primer nivel, pero era incapaz de alentar especulaciones.

La curiosidad periodística me llevaba a insistirle. Los periodistas conjeturábamos que el tercer gobierno del presidente Víctor Paz Estenssoro se tambaleaba.

Unos pocos días antes del 4 de noviembre de 1964, volví a preguntarle y me aseguró que no pasaría nada.

Cuando el general René Barrientos y su colega Alfredo Ovando Candia lo derrocaron, pensé que ―sus fuentes‖ le fallaron al cura-periodista. Le pregunté qué había pasado. Lacónicamente me dijo: Paz tenía fuerte apoyo del Departamento de Estado, pero el Pentágono pensaba otra cosa. Muchos años después me pregunté si ya ese año el Pentágono sospechaba que estallaría en Bolivia un movimiento guerrillero encabezado por el Che.

Gramunt daba la impresión de estar encerrado muchas horas en su despacho, pero en realidad nunca perdía su tiempo. En épocas en que en el ministerio de Gobierno todavía no se habían especializado en los pinchazos, usaba bastante el teléfono.

Por las noches, cuando no estaba invitado a alguna parte (era codiciado en las tertulias diplomáticas) venían a visitarlo colegas religiosos, algunos eran muy asiduos como el padre Luis Espinal o el oblato Gregorio Iriarte, cada vez que llegaba de Siglo XX.

Una prueba de honestidad

Por aquellos tiempos del gobierno de Barrientos, Bolivia decidió que era tiempo de la televisión, algo que ya era normal en otros países latinoamericanos.

Se abrió una licitación y concurrieron interesados de Alemania, Estados Unidos, Japón y España. Las compañías enviaron a Bolivia a sus representantes y el gobierno no se decidía por el sistema a implantar. Al final quedaron las compañías alemana y española.

El representante español buscó la amistad de Gramunt e hicieron buenas migas, pero nunca Radio Fides se aprovechó de esa amistad para conseguir una pauta publicitaria, como la tenían otras emisoras. El problema de la compañía española es que el gobierno no se decidía a quién adjudicar la licitación y pasaban los días y semanas.

El representante iba y volvía a su país con las manos vacías. Yo estaba encargado de la redacción del informativo principal de la radio, el de las 9 de la noche, que era el más escuchado en el país porque en la competencia regía una cierta autocensura. Eran los tiempos de la guerrilla en Ñancahuazú y para el ministerio de Gobierno los buenos periodistas eran los que mantenían la boca cerrada.

Una noche, al terminar una de sus habituales charlas con Gramunt, el hombre se detuvo en mi escritorio y me comentó que era insoportable que el gobierno demorara tanto su decisión.

Me pidió que si yo pudiera ayudarlo con alguna información crítica de la lenidad oficial o destacando el interés del país por contar con el servicio de televisión. No terminó de hablar cuando apareció en sus manos un atrayente fajo de billetes rojos (eran de 100 pesos) que a simple vista me parecía mi sueldo de varios meses.

Lo rechacé en el acto provocando el sonrojo en mi interlocutor, sorprendido por mi actitud. No sé si a manera de disculpa o admiración dijo: Pensar que al Dr. Galindo (secretario privado de Barrientos) le he dado hasta ahora 50.000 dólares y nada de nada…

Se marchó y subí a las oficinas de Gramunt palpitándome aún el pecho. Le conté lo sucedido y todo lo que dijo fue: Hiciste bien. Nunca más vi al hombre por Radio Fides.

Que Gramunt no haya buscado patrocinio de esa empresa y la anécdota del frustrado soborno, me demostraron una vez más la sólida honestidad del sacerdote. La emisora pasaba por muchas dificultades económicas, pero jamás su director se hubiera aprovechado para obtener recursos por caminos torcidos. Por eso es que me duele que algunos que vinieron después recuerden haberse encontrado con una ―radio clerical‖.

Los que hemos trabajado con Gramunt sabemos que jamás lo crematístico ha estado por encima de la práctica honesta del periodismo, tanto del informativo como el de opinión.

La gran ganancia de los que hemos trabajado junto con él es que hemos aprendido y que sus enseñanzas, tras dejar la ―escuela Fides‖, nos han servido en la universidad de la vida, en escalas superiores y en las más exigentes del periodismo. Como en toda familia, siempre hubo ovejas negras.

A Gramunt nunca le escuché un reproche. Lo más que le oí decir es: Se portó mal con nosotros.

ANF fue siempre la niña de sus ojos

La Agencia de Noticias Fides, que nació en Radio Fides, fue siempre la niña de sus ojos. Desde la época de las copias con papel carbón hasta el servicio digital de hoy, todo es obra suya. Muchas angustias, estoy seguro, muchas decepciones, pero ahí está esa obra que enorgullece al periodismo boliviano, que se alza como un atalaya de la libertad de expresión, como una trinchera de lucha, como el bastión desde donde se promueve y defiende la democracia.

Llegar a la modernidad ha costado mucho. Seguro que Gramunt no me perdonará la infidencia, pero cuando murió su madre amada en su vieja Cataluña, el sacerdote dispuso que la pequeña herencia que le correspondía fuera destinada a mejorar ANF para que sirviera mejor a la causa de los valores humanos que es la causa de Cristo, a la que está abrazado desde hace 68 años como discípulo del gran San Ignacio de Loyola.

Obviamente a muchos de sus enemigos les disgustan los escritos de Gramunt. Sin embargo, no recuerdo que alguien hubiera osado polemizar con él. Sus críticos actualmente pululan en las redes sociales donde se usa y abusa del anonimato. Son francotiradores aferrados a frases sueltas y Gramunt no pierde su tiempo con ellos.

Mi alejamiento de Radio Fides tuvo razones económicas. Simplemente yo quería ganar más y Gramunt no me podía pagar más. Un día que me puse particularmente exigente me dijo sin ambages: Mira Maldonado, aquí tu eres imprescindible, pero no eres insustituible. Parecía duro, pero en poco tiempo me consiguió un ingreso adicional como secretario de la oficina de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Boliviana.

Aún así, tras la llegada de mi segundo hijo, yo había decidido buscar otros horizontes. El buen amigo no había olvidado mis urgencias económicas y un día llegó a la oficina con una estupenda noticia. Estuve hoy en una recepción con Mario Mercado y me ha pedido que le recomiende a un joven abogado y mejor si es periodista. Le di tu nombre. Ponte en contacto con él, me dijo. Eso significaba dejar Radio Fides para pasar a ser un hombre de confianza del poderoso empresario y potencial político.

Regresé a casa un tanto confundido. Mi esposa, a pesar de la hora, estaba rebosante de alegría. Esa misma tarde nos había llegado la visa de entrada a Venezuela. Casi no dormí, debía resolver entre un autoexilio para comenzar todo de nuevo, o arrimarme al empresario, de quien sólo sabía que era un potentado minero y dirigente del club Bolívar. (Mercado echó mano de mi amigo coetáneo y colega Alfredo Arce Carpio, quien a la vuelta de la esquina, como hombre del empresariado, llegó a ser el ministro de Gobierno).

Resolví lo primero. Le avisé a Gramunt y me dio un consejo: Al menos déjale saber que le agradeces. Siempre hay que dejar una puerta abierta… Pero esa puerta me la abrió él. Donde quiera que estés, escribe cuando quieras y lo que quieras. Eres nuestro corresponsal, me dijo. Eso fue hace 43 años y no le he fallado.

En todos estos años creo que solo dos veces le hice pasar malos ratos. Uno fue tras la muerte del ―Compadre Palenque‖ (1). Se tomó la molestia de llamarme a Miami para sugerirme que morigerara el tono de mi artículo.

―Tienes toda la razón en lo que escribiste, pero sus adeptos están tan dolidos que vendrán a quemarnos la oficina‖, me aseguró. Yo le dije que simplemente no lo publicara. Lo publicó. Más recientemente, a raíz de una nota muy crítica contra Ana María Campero (2), con quien cultivé una bonita amistad como compañeros en la United Press International, pero que se estropeó a raíz de las críticas que le hice cuando se desempeñaba como Defensora del Pueblo, Gramunt me escribió una notita revelándome lo dolido que estaba porque se hubiera roto esa amistad entre dos de sus amigos queridos.

Pero, ¡claro!, no dejó de publicar la nota. Por esto, y más, es la autoridad con la que escribe sobre la libertad de expresión.

En vísperas del cincuentenario de la Agencia de sus desvelos, Gramunt dio un nuevo testimonio de su valentía al asumir toda la responsabilidad por una nota transmitida por ANF que el gobierno del presidente Evo Morales considera que es una ―incitación al racismo o a la discriminación‖.

El Gobierno acusa a la Agencia de haber ―tergiversado‖ el discurso que pronunció Morales el 15 de agosto del 2012 en Tiawanaku, al haber sustituido el adjetivo ―flojos‖ que utilizó el mandatario por el sustantivo ―flojera‖ en el título de la nota que resumió la información.

ANF rechazó haber distorsionado el discurso presidencial, ya que además de haber respetado el sentido de las palabras del mandatario, incluyó en la misma nota la cita textual del discurso. De todos modos y pese al repudio nacional e internacional, el régimen insiste en la investigación de un ―delito‖ que, de existir, debía ser conocido por el Tribunal de Imprenta y no por la justicia ordinaria.

Gramunt, un periodista visionario

Otra faceta de Gramunt, que de seguro será tema para investigadores y estudiosos del periodismo, es cómo muchos de sus artículos son premonitorios de lo que ocurrirá.

El 11 de enero del 2003 escribió: ―Evo trata de constituirse en el gran jefe único de la desnortada y acéfala izquierda boliviana combatiendo al neoliberalismo hambreador, empobreciendo aún más a los pobres a fuerza de bloqueos que tantos daños económicos causan al país. Evo apunta, además a asegurarse un papel destacado entre Presidentes ―revolucionarios‖ como el avejentado Fidel Castro, el descalificado Hugo Chávez…‖

Otro ejemplo de su lucidez para vislumbrar la crisis que actualmente agobia a varios países europeos y del que débilmente parece estar saliendo Estados Unidos lo encontramos en su editorial del 9 de diciembre del 2008, cuando recordando la Gran Depresión de los años 30 y la aparición de muchas posibles soluciones, lamentó que ―no se tomaron las necesarias medidas frente a los insaciables codiciosos que solo buscan su provecho, aun a costa de la ruina de muchísimos seres humanos. Los fallos en la supervisión y la excesiva desregulación de las finanzas abrió las puertas a miles de especuladores y estafadores sin escrúpulos‖.

La tragedia que significa para Bolivia la pérdida de su salida al mar ha sido de permanente preocupación y como un testamento válido queda su exhortación a ―arriar nacionalismos decimonónicos y desechar el manoseo de esos sentimientos para fines partidistas que enrarecen todavía más las relaciones con nuestro vecino. Hay que quitarle yerro al rígido concepto de soberanía. La soberanía, entendida como lo piden los tiempos modernos, es tan flexible que permite la integración de países vecinos, y aun de un continente‖ (20 de septiembre de 2005).

En agosto del 2012 el padre Gramunt cumplió 90 años. Un viejo de verdad al que nunca le arredró la edad y que le disgustaba esa ―insoportable cursilería‖ de que se lo describiera como un miembro más entre los ―adultos mayores‖.

En su editorial de la Navidad del 2004 escribió: ―Ser viejo no es un baldón sino una gracia del Creador. Otros vivientes se fueron antes sin poder sentir y gustar del cambio apasionante de los tiempos – muchas veces amargos, otros gozosos --, no vieron transitar a muchas personas talentosas, ejemplares, ingeniosas, divertidas, a las que nos agrada recordar…‖

Gramunt sintió, vio y ha sido todo eso. Yo añadiría que, además, muy espiritual. Como aquella vieja noche en que lo conocí, quizás muchas personas se equivocan al describirlo. Valga una anécdota final. Al cerrar sus ediciones diarias, Radio Fides salía del aire con la más famosa oración de San Francisco que empieza: Señor, hazme instrumento de tu paz…

Un mediodía una anciana se me acercó al salir de la radio y me dijo: Usted no me va a creer, pero cada noche espero las 12 para escuchar esa hermosa oración. Las palabras parecen salir del fondo de su corazón, es conmovedor oírlo. Quisiera conocer al que lo reza…

Se lo señalé. En ese momento entraba al segundo patio del Colegio San Calixto el padre Gramunt con el cabello alborotado y a bordo de su ruidosa motocicleta de 750 cc. La anciana creyó que me estaba burlando de ella y se marchó.

Miami, noviembre del 2012

(1) Bolivia no le debe nada al compadre Palenque. 10 marzo 1998
(2) Una candidata de ñeque. 13 septiembre 2009