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Martes, 11 de mayo del 2019


EL FRACASO DE "BOLIVIA EN LA HAYA”

Por Hernán Maldonado

Aquella noche del 2015, el perspicaz y agudo periodista Juan Manuel Astorga, de la televisión chilena, entrevistó al ex presidente Carlos D. Mesa, a solo días del 24 de septiembre, cuando la Corte Internacional de Justicia de La Haya, anunció tener competencia para conocer la demanda del gobierno boliviano, desechando la objeción chilena.

La decisión no tenía nada que ver con la cuestión de fondo que pedía que la CIJ obligara a Chile a cumplir sus promesas de entablar un diálogo para resolver el problema centenario de la mediterraneidad boliviana, producto de la Guerra del Pacífico de 1879.

El presidente Evo Morales, artífice de la iniciativa, reveló que lloró de emoción cuando escuchó el fallo (porque seguramente nadie le explicó de su relevancia) y contagió su estado de ánimo a todo el país, gracias a su fenomenal aparato comunicacional. Cualquiera que pretendiera abrirles los ojos a los ciudadanos hubiera sido etiquetado de “pro-chileno” o “apátrida”, cuando menos.

En esos días de alborozo ilimitado me encontraba en La Paz y no podía creer lo que veía y escuchaba. Un anciano, que le daba brillo a mis zapatos en la Plaza Triangular, me pregunto: ¿Qué le parece caballero lo del mar? No quise darle mi opinión y mucho menos arruinarle su entusiasmo. ¿Y si lo que dice el gobierno no es verdad?, le repliqué. “Entonces, lo vamos a colgar al Evo como a Villarroel”, apuntó.

Los que me dijo el anciano lustrabotas volvió a mi mente al leer el libro “Bolivia en La Haya”, con un estupendo prólogo-síntesis, del talentoso colega Juan Carlos Salazar, su compilador, en el que no pocos de los expertos que analizan el fallo de La Haya, se sorprenden de que la tremenda derrota no haya causado un terremoto político en Bolivia.

Con excepción del ex canciller Gustavo Fernández, casi todos coinciden en que el fallo de La Haya (estableciendo que Chile “no ha contraído la obligación de negociar un acceso soberano al mar con… Bolivia”) en los hechos prácticos, como dice Robert Brockmann, “es el verdadero final de la Guerra del Pacífico”.

13 de los 14 expertos analizan lo ocurrido. La mayoría coincide en que la demanda se la manejó política antes que jurídicamente y así nos fue. Entre las notas que más me impactaron fueron las escritas por Jaime Aparicio Otero. Andrés Guzmán Escobar, Fernando Molina, Henry Oporto, Karen Longaric (¿Alguno de ellos fue consultado por el régimen?).

El vocero de la causa marítima, Carlos D. Mesa, da su “interpretación de porqué Bolivia tenía fundadas esperanzas de éxito… Demás está decir que asumo a plenitud la parte de responsabilidad que me toca ante este fallo…” Mesa ocupa 20 páginas del libro para darnos su versión. Muchas palabras para explicar una atroz derrota.

A poco de asumir el cargo le entrevisté. Le expuse casos en los que la CIJ falló y alguno de los contendientes (casos recientes Colombia y China) se niega a cumplirlo por considerarlo “inaplicable”. Le pregunté ¿qué pasaría si la Corte falla a favor de Bolivia y Chile la rechaza? Nunca me respondió.

Cuando lo entrevistó Astorga nadó como pez en el agua. El chileno no calzaba los guantes de un polemista de alto nivel (¿Recuerdan cuando debatió con Manfred Kempff?), curtido en años como presentador de televisión y, por si fuera poco, consagrado historiador.

Sin mezquindad alguna los bolivianos alabaron su actuación y hasta una senadora de oposición insinuó entusiasmada su candidatura presidencial. Enseguida Astorga conversó con ex cancilleres chilenos, entre ellos, Miguel Angel Insulza, quién lanzó una bomba de acción retardada, que pasó bajo la mesa, como se comprobó en el fundamento del fallo de la CIJ.

Insulza alabó la dialéctica de Mesa, pero dejó en claro que este “no es abogado” y puntualizó que sus argumentos eran políticos e históricos, pero no jurídicos. La bomba estalló el 1 de octubre del 2018 cuando la CIJ estableció la invalidez de los “derechos expectaticios”, columna medular de la demanda boliviana.

En la vida de los mortales comunes y corrientes puede exigirse moralmente una promesa (“me dio su palabra”). Una parte puede prometer a la otra, por ejemplo, que le venderá su casa (“derecho expectaticio” del comprador), pero mientras esa promesa no se haya protocolizado ante notario (pre-venta), no hay obligación jurídica del vendedor. Bolivia no pudo mostrar tratado, convenio, acuerdo, etc. suscrito. Así de simple. La voluntad política, de Chile, nunca se convirtió en compromiso jurídico.

Entonces, como apunta Henry Oporto, “bastó el chantaje patriotero para que los gobernantes y los agentes diplomáticos vendieran como “política de Estado”, lo que en realidad era ante todo una estrategia partidista”. (El vicepresidente Alvaro García Linera, muy suelto de cuerpo, había dicho que Bolivia sabe “que solo con el presidente Evo Morales recuperaremos el mar”).

En un tema tan vital para Bolivia, escribió Oporto, el régimen de Morales “pudo maniobrar como si tuviera un cheque en blanco. Y lo sigue haciendo si siquiera molestarse en rendir cuentas de su fracaso”.

“Algunos dicen que fue como una derrota, pero no es ninguna derrota”, declaró Morales y en la misma onda están García Linera y la comparsa de incapaces que nos llevaron al desastre jurídico. La catástrofe de La Haya no tiene aún consecuencias políticas. El colosal aparato comunicacional del régimen entierra el fallo y mete a la ciudadanía de cabeza en una inconstitucional pugna electoral.

En el libro es notable la ausencia de la opinión de algún miembro de las Fuerzas Armadas, del servicio activo o pasivo. (¿Seguirán cerrando sus notas oficiales con el estribillo: El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber?).

sdfdf Primera vez en mi vida que terminé la última página de un libro con las ganas de vomitar. El abogado español Antonio Remiro Brotóns (vaya uno a saber los miles de dólares que se ganó y si fue él quien engatusó a Morales para acudir a La Haya), declaró cínicamente que tras el fallo “no estamos igual y, por supuesto, no estamos peor, estamos mejor”. Una canallada.

(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.