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Miércoles 20 de enero de 1999


LA TORTURA DEL COMIENZO
DEL AÑO ESCOLAR EN BOLIVIA

Por Hernán Maldonado


Miami – La fotografía del diario La Razón es elocuente. Hasta a la abuela la pusieron a trabajar. No importa que los años le pesen, que la venza el sueño. Fue enviada a hacer cola para que agarre un cupo porque el muchachote pasa de la escuela al colegio.

Junto con ella están hombres, mujeres y niños. Todos a la espera del bendito lunes cuando se abrirán las inscripciones para el nuevo año escolar.

Una semana antes habían hecho lo mismo decenas de jovencitos y jovencitas aspirantes a entrar a la facultad de odontología de la UMSA.

Cualquiera que no conoce la realidad boliviana diría que se exageró. Pero no es así. Ni el frío ni el cansancio podían desanimar a estas personas de alcanzar su objetivo. Muchos quizás lo lograron. Para otros ese sacrificio habrá sido en vano.

Dormir por lo menos dos noches en la calle para inscribir a un (a) hijo (a) en un colegio fiscal se ha vuelto tradicional por estas fechas. Y el sacrificio se da a pesar de que nadie les garantiza que las clases comenzarán el 1 de febrero como manda la ley porque los malpagados profesores, como también es tradicional, han anunciado que justamente desde esa fecha estarán en huelga.

Esto en los colegios fiscales.

En los particulares la batalla tiene otras características. El ministerio de Educacion autorizó un incremento del cinco por ciento de las matrículas. ¿Pero quién le hace caso? El aumento llega al 10 por ciento.

En los colegios donde se educan los "hijitos de papá" no hay ningún problema. Allí hasta suena a bicoca que a los nuevos alumnos se les exija pagos de bonos que alcanzan hasta los 10,000 dólares, dizque reembolsables cuando los ahora párvulos reciban su título de bachiller.

El lío está en esos colegios privados a los que no acude la elite, sino esa clase media hastiada de las huelgas de profesores manipuladas por el troskismo de doña Vilma Plata. Los aumentos son anuales y son por diferente motivo, hasta por el cumpleaños del director, pasando por la fiesta de la Virgen de Urkupiña.

Los dueños de esos colegios argumentan que los costos de operación han subido, pero no toman en cuenta que los sueldos han aumentado sólo en una ínfima proporción (2 por ciento este año). De paso están las exigencias de los uniformes, de diario, de desfiles, deportivo, de gimnasia, etc Y conste que esos hay que comprarlos en determinado negocio. No se los puede hacer el papito ni la mamita, por muy igualitos que sean.

¿Costos de operación? Pero si a sus profesores siguen pagándoles lo mismo. Más mal les han aumentado el trabajo. Visite usted cualquier colegio particular (de los grandes) y verá que en cada aula hay hasta 47 alumnos cuando la moderna pedagogía recomienda a lo sumo 23. Y el maestro, lo toma o lo deja. Así de simple.

Claro, en aulas tan congestionadas, el progreso del alumno es menos que regular por mucho empeño que ponga el maestro. Entonces ocurre que hay que aplazar a un 10 por ciento, por lo menos. En este momento surge el director para pedir al maestro que no aplace a nadie, porque el colegio "no puede darse el lujo de perder alumnos".

¿A quién se está engañando promoviendo de curso a alumnos incapaces? A sus padres, al niño mismo y, lo peor de todo, al país.

Cuando estudiaba en la UMSA, un jefe de policía de La Paz que cursaba el tercer año tuvo los riñones de pedirle nada menos a don Isaías Pacheco Jiménez, catedrático de Derecho Minero, que le hiciera pasar la materia porque no había tenido tiempo de estudiar dado que sus ocupaciones no se lo permitían.

El Dr. Pacheco (él mismo solía contar la anécdota) simplemente lo miró. Grande fue nuestra sorpresa al año siguiente ver al sinverguenza en cuarto curso con la materia aprobada... en la facultad de Derecho de Oruro.

Pero no todos eran como Pacheco Jiménez. Años después vimos un absurdo examen de nuestro presidente del Centro de Estudiantes, un tal Gutiérrez. El pobre hombre simplemente no sabía donde estaba parado en su examen de Derecho Constitucional. Pero aprobó. Tanto era el descaro que le pregunté la razón a don Alipio Valencia Vega, catedrático de la materia y en la época Decano de la Facultad. Su respuesta me decepcionó completamente: "El Centro le quita mucho tiempo", dijo.

Claro, ese es el malentendido co-gobierno que desde 1928 nace de la autonomía universitaria. Más tarde, se haría más crítico el sistema al depender los cargos de los catedráticos del voto de los centros de estudiantes y sus caciques, agravado todo con el color político de los electores y los elegidos.

El mal, como se puede ver, es estructural. Comienza en esa cola de todos los años en las puertas de las escuelas y colegios...