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Domingo 15 de febrero del 2015


¿CUANDO TE VAS, PAPA?

Por Hernán Maldonado

Las cifras oficiales son frías como las cumbres del Illimani: Los bolivianos residentes en el exterior enviaron a su país durante el 2014 un total de 1.165.6 millones de dólares. Probablemente la cifra constituye un récord. ¿Qué hay detrás de la excelente estadística?

Ante todo significa un enorme alivio al régimen porque encubre una voluminosa desocupación. Se trata de dinero fresco que contribuye a la economía nacional, sin mayor esfuerzo del Estado, en una época -además- de altos precios de las materias primas de exportación.

Detrás de la cifra, lo que se ve es la mano de obra que exportó el país en los últimos años, especialmente a España, desde donde se generó el 44.6% de las remesas. En Bolivia el mejor y más grande generador de empleo ha sido siempre el Estado y al no haber suficientes fuentes de trabajo el éxodo laboral es epidémico.

Reportajes de diverso tipo, especialmente desde hilanderías clandestinas en Buenos Aires y Sao Paulo, muestran cotidianamente la explotación a la que son sometidos miles de bolivianos, amén de las colonias de agricultores que desde siempre han emigrado al norte argentino.

En los últimos años la emigración a Europa ha crecido sustancialmente. La mayoría son profesionales universitarios que, si no logran revalidar sus títulos, buscan acomodarse en otras profesiones y oficios para mantener a la familia que dejaron atrás, porque es muy raro que la emigración sea familiar.

Mi amigo Julio (nombre supuesto) emigró a España hace seis años como mecánico de autos dejando en Bolivia a su esposa y dos hijos. En Barcelona, vivía en una habitación compartiéndola con otros seis inmigrantes. En realidad lo que alquilaba era una cama.

Todos los días se levantaba a las 5 de la madrugada para tomar un autobús a su trabajo de albañil (aprendió a colocar baldosas) y regresaba al apartamento a las 9 de la noche. No tenia papeles por lo que trabajaba clandestinamente de lunes a sábado. Ahorraba lo más que podía para enviar 500 euros mensuales a su familia.

Durante cuatro años se privó de todo para mantener a su prole. Su mujer educó a sus hijos en un colegio privado. Los muchachos se rodearon de comodidades y de buenas amistades y de pronto se sintieron por encima de los muchachos de la clase media baja.

Cuando el esposo regresó para pasar las fiestas de fin de año del 2012, se sorprendió con el estatus social de su familia. La esposa había dejado su puesto de venta en el mercado y la hija y el hijo adolescentes, vistiendo a la moda, parecían avergonzarse del padre al que hace tantos años no veían.

Lo que sospechaba, se hizo evidente en la cena de Navidad. Sin desparpajo la muchacha le preguntó: ¿Cuándo te vas, papá?

Y no es una historia aislada. El precio de la enorme cifra de remesas tiene que ver también con la disolución de muchísimas familias. El que, o la que se fue, generalmente acaba formando otra familia en su "autoexilio". Ocurre también que quien se quedó suele encontrar un(a) "Cirineo" para ayudarle a cargar su cruz.

De ninguna manera es un consuelo, pero el fenómeno de las remesas y la disolución familiar no solo es un mal en Bolivia, sino en todos los países del tercer mundo. Claro, algunos se están estrenando, como la atribulada Venezuela.

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