Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Domingo 5 de mayo del 2002


EL PRESIDENTE CERCADO

Por Hernán Maldonado


El presidente Hugo Chávez Frías retornó triunfante al poder el 14 de abril, 48 horas después de su derrocamiento, envuelto en una aureola de popularidad que hacía preveer la radicalización del proceso "revolucionario" que empezó hace tres años en Venezuela.

Se temía que las cárceles se llenarían con los opositores civiles y militares, que se produciría un exilio masivo, que se acallarían a los medios de comunicación, que la Iglesia, los empresarios y los sindicatos serían puestos en su lugar y que la "Revolución Bolivariana" avanzaría incontenible.

Nada de eso ocurrió. Lo primero que hizo en un giro de 180 grados fue darle a PDVSA, el ente petrolero estatal, la directiva que su burocracia estaba pidiendo. Finalmente Chávez se dio cuenta que una buena parte del país lo adversa, que los militares no le son tan leales como suponía, que el poder de la sociedad civil no es para obviarla, que el empresariado tiene una insólita capacidad de convocatoria y que sin el sindicalismo militante no hay revolución que pueda llamarse así.

Una revolución significa el cambio total de estructuras político, económico, sociales y son muy pocas las que se han dado en el mundo desde la Revolución Francesa, la Norteamericana, la Rusa (en sus versiones 1917 y 1989) o la Cubana. En todas ellas el régimen precedente estalló en pedazos y a costa de mucha sangre, sudor y lágrimas.

La revolución de Chávez fue y es retórica, simplemente. Las estructuras anteriores se mantienen intactas, con excepción de los partidos políticos virtualmente desaparecidos desde mucho antes de que asumiera el propio Chávez y por causas endógenas, el caudillismo y la vergonzosa corrupción.

La izquierda internacional ve una "revolución" en Venezuela sólo porque Chávez se le paró verbalmente en varias oportunidades al "imperialismo norteamericano", porque busca aliados en los adversarios a Washington y porque es "amigo entrañable" de Fidel Castro. La izquierda nacional, en su gran mayoría, está contra Chávez y entre ella se cuenta al Movimiento al Socialismo, la Causa R, el grupo de Luis Miquilena, su mentor y ex ministro del Interior, y hasta los ultras de Bandera Roja.

En el plano interno, en tres años de gobierno, la revolución chavista no ha sido capaz de disminuir ese atroz 16 por ciento de desempleo. Sus mayores logros, y la explicación al apoyo que tiene aún en un 30 por ciento del electorado, han sido sus demagógicos usos de unos 56.000 millones de dólares del presupuesto nacional en programas asistencialistas y prebendalistas, con su cuota de corrupción incluida.

Chávez, que hasta el 11 de abril amenazaba con "meter plomo" y "desenvainar la espada", ha vuelto sumiso, humilde, arrepentido. Convocó y se ha reunido con sus más acérrimos críticos, les ha prometido rectificar sus políticas excluyentes, le ha tendido la mano a los empresarios y se ha confesado ante Monseñor Baltazar Porras, olvidándose de que "bajo sus sotanas mora el diablo".

No detuvo, salvo por algunas horas, a los militares que lo desconocieron el 11 de abril. El empresario Pedro Carmona que lo reemplazó fugazmente tiene arresto domiciliario. Ninguno de los 20 generales rebeldes está en prisión. Es más, decidió obedecer a estos que le habían prohibido vestir el uniforme militar. Otros generales disidentes, como Nestor Gonzalez Gonzalez, se le enfrentan abiertamente en los diarios locales.

Los periódicos, radios y televisoras, factores importantes en su breve derrocamiento, siguen recibiendo y divulgando documentos que se supone son altamente confidenciales, como el vídeo en el que Chávez acusa a su alto mando de "traidores y cobardes" y les culpa de su derrocamiento el 11 de abril. Dos de esos traidores y cobardes siguen en su entorno íntimo.

Los líderes políticos de oposición que se reunieron con el arrepentido presidente le han pedido que cambie a su gabinete y Chávez ha prometido hacerlo. Luego le exigirán que nombre un nuevo fiscal general, que posibilite la elección de una nueva Corte Nacional Electoral, que modifique la composición del Tribunal Supremo Constitucional, etc.

Chávez, en el cambio más importante de su gabinete, ha enviado de José Vicente Rangel del ministerio de la Defensa, a la vicepresidencia de la república y a una semana de ese cambio no ha encontrado a quien elegir en su reemplazo.

Este es su Talón de Aquiles. Su "revolución" carece de cuadros. Desde el comienzo se le fueron los más capaces y ahora la crisis se acentúa. Por eso es que hay simple rotación en los puestos gubernamentales claves.

Los militares están inquietos porque los chavistas, so pretexto de formar cuadros de defensa de la revolución, han armado clandestinamente a grupos de civiles. La sociedad civil sigue enfrentada a Chávez. Desafiante se unió, sin motivo justificado, a la celebración del Primero de Mayo para darle un marco imponente a la manifestación obrera antichavista.

Pero ¿por qué esa sociedad civil no acoge el llamado de Chávez a la concordia, al diálogo, a la paz, al reconcilio, al perdón mutuo? Es que a Chávez se le pasó la mano al comportarse no como un presidente, sino como un "guapetón de barrio", explica el alcalde caraqueño Alfredo Peña. Las heridas son profundas.

La gran oportunidad que se presentó en Venezuela hace tres años con la elección de Chávez para concretar una verdadera revolución, capaz de sacar al país del atraso, de la pobreza, se ha perdido irremediablemente porque Chávez está cercado en palacio por propios y extraños y políticamente más débil que antes de su fugaz derrocamiento.

Por eso es que el embajador de Estados Unidos ante la OEA, Roger Noriega, se atreve a afirmar que en Venezuela "todo sigue igual" que aquél 11 de abril, día en que la vieja democracia venezolana se metió en las aguas del naufragio.

La razón se la dio Rangel en su dramática comparecencia este fin de semana ante la Asamblea Nacional cuando advirtió que la amenaza de un nuevo golpe de estado está latente en el país, inclusive con un magnicidio de por medio. ¿Habrá modo de evitarlo? Rangel cree que sí, porque "nos entendemos o nos matamos todos".




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