Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Domingo 1 de febrero del 2004


NO PUDIERON MATAR A UN HOMBRE

Por Hernán Maldonado

Carlos Tovar Gutzlaf El doctor Carlos Tovar Gutzlaff muestra estos días su sonrisa de siempre. No hay ninguna amargura en su rostro. Tampoco hay rencor para los que quisieron matarlo difamándolo, para los que lo obligaron a renunciar a su cargo de magistrado de la Corte Suprema de Justicia.

Hace casi un año dejó Sucre. Renunció apenas se le insinuó que no cumplía con sus deberes. Se marchó de la capital con su alegría habitual, quizás sin comprender la cobarde conspiración que se tejió para que dejara su cargo.

Es posible que cayera recién en cuenta de ello al llegar a La Paz, la ciudad en la que ejerció durante 50 años brillantemente la profesión de abogado. ¿Puede otro jactarse de lo mismo en Bolivia? ¿Cuántos verdaderamente pueden ser llamados Doctores del Derecho como Tovar?

El jurisconsulto se enfermó gravemente por seis meses. Más que el cuerpo, tenía el alma rota. Quizás no pudo entender cómo los que ayer nomás le rendían pleitesía, aquellos que lo llamaban maestro, podían haber caido tan bajo para obligarlo a renunciar.

Se dijo que no producía lo que sus colegas, pero él retó a que se comparara la cantidad de autos supremos que emitió con los de los demás magistrados.

Desafió también a que se demostrara quién había tenido la mejor asistencia a su funciones. Mientras fue ministro, sólo una vez estuvo ausente por enfermedad 15 días, nunca viajó a invitaciones en el exterior o el interior del país.

Los problemas para Tovar comenzaron con una sentencia en la que favorecía a la ciudad de Sucre en un problema sobre la instalación de los tableros electrónicos en el estadio. Su sentencia, inclusive con parte doctrinal, fue anulada por la Sala Plena.

Tovar, un hombre apegado a la ley e incorruptible en mil batallas, comenzó a ser un estorbo para algunos de sus colegas. El fue elegido a la Suprema a propuesta del Colegio de Abogados de La Paz y no le debía su nombramiento a ningún partido.

Cuando Gonzalo Sánchez de Lozada asumió el poder, surgieron los rumores de que el paquidérmico Congreso nombraría por fin a los cuatro vocales que renunciaron anteriormente a la Suprema.

En Sucre comenzaron a barajarse febrilmente las posibilidades de los potenciales candidatos, y los eventuales alineamientos de estos. Entonces se vio que en lugar de cuatro, se necesitaban cinco nuevos magistrados y se le empezó a serrucharle descaradamente el piso a Tovar.

El magistrado, ajeno desde tiempos inmemoriales a las maniobras politiqueras, fue el último en enterarse de lo que se tramaba.

La canallada llegó al extremo de que, sin que él lo supiera, se le organizó una fiesta que sólo los conjurados sabían que era el de su despedida de Sucre.

Pero el Congreso dejó con los rulos hechos a los conspiradores, porque resulta que han pasado ya meses y no hay hasta ahora reemplazantes ni de los cuatro primeros, ni del doctor Tovar, y la Suprema virtualmente está reducida a la inactividad.

Por eso el presidente Carlos Mesa declaró que la Corte "amenaza con colapsar" si el parlamento no elige a los magistrados que faltan desde 1999, algo insólito en una democracia.

El que no se nombre a los magistrados que faltan "comprometerá el despacho de causas y el curso de las reformas judiciales", dijo el 2 de enero el presidente de la Suprema, Armando Villafuerte, con falsa solemnidad como si todo lo que ha ocurrido en el alto tribunal fuera nomás cosa de la semana pasada. Y la Suprema deberá seguir esperando los nombramientos, porque el Congreso - tan impotente para elegir a los miembros faltantes de la Corte Nacional Electoral - se tomará muchos meses más para ocuparse de ella dado que tiene ahora asuntos pendientes más urgentes, como la Asamblea Constituyente, el referendum, la ley de hidrocarburos, etc, etc.

Lo ideal sería que se nombrara una nueva Corte Suprema de Justicia en la que los magistrados sean soldados de la ley y no producto del infame cuoteo partidario. Pero como esto no es posible, hay que seguir nomás con lo que tenemos, con estos "doctores" frutos del maniobrerismo político. Mientras tanto el doctor Tovar sigue de pie, como los buenos árboles. No pudieron matarlo.




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